Por Lucila de González de Chaves lugore55@gmail.com Blog: lucilagonzalezdechaves.blogspot.com
Entre los años 1935 y 1940, yo aprendí qué era un alcalde. Mi niñez transcurrió en el apacible y acogedor municipio de Titiribí, por causa de una doble orfandad.
A los ocho años de edad y de la mano del abuelo, él me lleva al parque, después de la “misa mayor” (misa solemne) de las nueve de la mañana; vamos a escuchar al “señor alcalde” dice mi abuelo. Ahí están todos los habitantes urbanos y rurales. Un sonido de trompeta avisa el comienzo de un acto muy importante para la ciudadanía: El bando del señor alcalde.
En voz baja, el abuelo me advierte que haga silencio, que él me explicará todo cuando regresemos a casa.
El señor alcalde, “nuestra primera autoridad” -nos decían los mayores a los niños- no era nombrado en ese tiempo por el pueblo; faltaban muchísimos años para que ocurriera la figura, según la democracia, de “alcalde popular”.
Estamos, pues, en el parque principal, frente a la “Casa Consistorial” (ahora dicen, simplemente: la alcaldía) y en el balcón aparece el respetable mandatario.
En el amplio y largo corredor de la finca del abuelo, él empieza e explicarme lo que ha dicho el “señor alcalde”: lo primero, qué ha hecho en la semana en beneficio de la comunidad rural y urbana; lo segundo, qué hará en la semana que comienza, después de visitar veredas, y constatar las principales necesidades, en el campo de la educación, la salud y la economía del pueblo: llevar la luz a varias veredas, ampliar escuelas, conseguir que nombren maestros…
Y estos “bandos” se repiten religiosamente cada domingo, a la misma hora con el mismo entusiasmo y respeto de las gentes.
Me dice el abuelo que a ese señor que sabe de justicia y de servicio, lo han enviado a regir el pequeño pueblo de Titiribí, a conducir su bienestar, a suplir sus necesidades y a cuidar la honra y los bienes de cada ciudadano.
Al siguiente domingo, en el “bando”, nos informa sobre la dotación de botiquines a las escuelas urbanas y rurales, la creación del ropero escolar; la entrega, a los niños, de lápices y cuadernos. Además, la maestra Maruja Restrepo ha obtenido el permiso de fundar, en forma gratuita, una escuela nocturna para los adultos campesinos.
El siguiente informe es que ha creado los almuerzos escolares para los niños pobres del pueblo y del campo; invita a sus gobernados a que visiten el avance de la obras en la construcción del Hospital San Juan de Dios. Otro domingo nos cuenta que ha llegado todo lo necesario para la sala de cirugía del hospital…
En sus habituales visitas ha visto niños que caminan hacia la adolescencia sin pasar por una escuela; ha encontrado veredas, inspeccionadas por él, que solo cuentan con el agua – lluvia o con la recogida en quebradas o el agua sacada de pozos profundos…
En esos años tempranos de mi niñez, tuve la más bella y honesta demostración de lo que es democracia, y de lo que significa ser “servidor público”.