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Por Rubén Darío González Zapata
Nacido en la vereda La Lindaja
Corregimiento Alfonso López (San Gregorio)
Ciudad Bolívar

Comentario

Ficha técnica:

Título:                   El olvido que seremos

Autor:                  Héctor Abad Faciolince

Género:              Biografía

Editorial:              Planeta

Edición:                                24a edición, 2010

Estamos en la Colombia de los años 30 a los 80 del siglo pasado, años signados por las cuatro clases de violencia: la partidista, la guerrillera, la paramilitar y la ideológica — que, de una o de otra forma, seguimos viviendo hoy –; una etapa de nuestra historia dentro de la cual transcurre la vida del médico Héctor Abad Gómez. Momentos en los que la mentalidad de la élite en el poder en la ciudad de Medellín (y en el país en general) que permanece atada a irracionales y atávicos prejuicios políticos y sociales, más una izquierda igualmente prisionera de dogmatismos ideológicos, son factores que terminan por darse la mano – como los dos extremos de una misma y trágica realidad que terminan tocándose — para impedir que Colombia encuentre el camino, un camino propio, ajustado a la realidad que nos tocó vivir, que le permita dar el salto necesario para salir del atraso, de la injusticia y la dependencia económica. Un personaje atípico cuya única razón de ser eran su familia y la justicia social, de manera especial en el campo de la salud pública, que termina resumiendo en sí mismo y de manera dramática todo este mundo de contradicciones que sigue caracterizando nuestra sociedad y que, finalmente, lo llevaron a sufrir la muerte violenta ante la impotencia de un sistema de justicia inepto e incapaz (o desinteresado) de garantizar la vida y la libre expresión de todos sus ciudadanos.

El libro, escrito por su propio hijo, Héctor Abad Faciolince, es también y paradójicamente, una muestra de que, entre las diferentes formas de pensar, por opuestas que parezcan, se puede construir un hogar lleno de amor. En efecto, aquí la línea materna de esta familia, que incluye, entre familiares y amigos, a jerarcas del más radical tradicionalismo de la Iglesia Católica del Medellín de esa época, convive armoniosamente con la mentalidad de un ateo confeso, con la cual, por increíble que parezca, termina por complementarse y enriquecerse mutuamente, en el sentido humanístico de la palabra. Es igualmente paradójico que en esta familia el personaje que representa la compasión, la solidaridad y el deseo de luchar por la justicia social sea precisamente el ateo, y que quien asume la tarea del manejo de los asuntos materiales y económicos, sea quien se considera creyente y fiel seguidora de la religión cristiana, como sucedió en este caso con la madre del escritor. Una muestra más de que en toda convivencia, las diferentes maneras de ver la vida pueden ser una fuerza constructiva de gran valor, una lección que tantos de los colombianos de hoy aún no hemos logrado entender.

Leer el libro ha sido como volver a vivir esa etapa de mi vida en Medellín, etapa que transcurrió de parte mía con un total desconocimiento de ese extraño mundo de lucha por el derecho que tienen las clases marginadas a disponer de cosas tan elementales como el agua potable y demás servicios de salud razonablemente buenos. ¿Cómo es posible que no me hubiera enterado de que por aquellos mismos años en esta ciudad existía un ser humano de las características de Héctor Abad Gómez, dedicado a trabajar por la creación de una política de salubridad pública y por la defensa de los derechos humanos de los más débiles y que por ello hubiera sido catalogado de izquierdista, aliado de grupos guerrilleros, casi que un enemigo público por los dueños del Sistema? Años más tarde, al enterarme de la existencia de este médico y luego de haber podido profundizar sobre el significado de su vida, su trabajo y la forma como fue asesinado, a través de la lectura de “El olvido que seremos” , no puedo menos que sentir, más que indignación y frustración (que desde luego son sentimientos que llevo en mi conciencia), una enorme sensación de desesperanza, casi vergüenza por pertenecer a una sociedad que permite, prácticamente sin inmutarse, que las vidas de seres como Abad Gómez terminen segadas por un par de sicarios que, de esta forma, le hacían el trabajo sucio a quienes lo veían como un peligro para sus propios intereses; sicarios que, con toda seguridad, formaban parte de la sociedad marginada por la que su víctima, paradójicamente, estaba luchando.

Una lección de vida de la que todos deberíamos aprender.

Héctor Abad Gómez nació en Jericó y fue, por tanto, oriundo de la región del suroeste antioqueño; un vecino nuestro que, como otros tantos personajes de la región, se han destacado de manera especial y, seguramente, serán muchos más los hombres y las mujeres originarias del suroeste que, a lo largo de la historia, se han distinguido o se destacarán por diversas razones. No obstante, el caso de Héctor Abad será siempre un caso, en mi opinión, único, porque en su personalidad se reúne lo más hermoso que la condición humana puede llegar a producir en términos de valores de solidaridad, respeto por las ideas de los demás y entrega total al servicio de los más desprotegidos; y es, a la vez, la causa para que los instintos más bajos de degradación de la misma condición humana mostraran su faceta más denigrante y servil. Ojalá, como deben ser todos los hechos de la historia, la vida de Abad Gómez termine siendo entendida por todos los colombianos como una lección de la que todos debemos aprender.

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Por Rubén Darío González Zapata
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