El tapabocas ladrón

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Aprendamos con la maestra


Por Lucila González de Chaves
lugore55@gmail.com
lucilagonzalezdechaves.blogspot.com

Siempre hemos creído que las paradojas, por basarse en contradicciones, en ideas opuestas, son imposibles en la realidad; pero, en la literatura son un elemento brillante, desafío de buenos escritores, sobre todo, de poetas de alta alcurnia iluminativa, para construir páginas inolvidables. Un solo ejemplo: Calderón de la Barca dice en su obra: La vida es sueño, “soy un esqueleto vivo”; para saber qué quiso decir el príncipe con esta expresión paradójica, hay que leer dicha obra y, especialmente, el monólogo de Segismundo.

El poeta antioqueño Rómulo Góngora, ya moribundo, en su último poema, “Caos”, exclama: “No sé si estoy ardido o apagado… / A veces creo que he resucitado, / o que cadáver soy recién nacido”.

Este brusco, doloroso e incomprensible cambio de nuestro mundo en este año 2020 nos ha llevado a pensar, a hacer y a vivir cosas insospechadas, paradójicas… Hoy, solo quiero centrarme en el fenómeno del tapabocas: el indispensable como defensa del virus, el recurso imprescindible en el que confiar nuestra seguridad de no contagio, el ya obligatorio complemento de la moda, accesorio obligatorio para los seres humanos, el que nos ha nivelado a todos con el mismo rasero, en relación con la economía, la raza, la familia, la educación, la profesión… Hoy, “todos somos iguales”; esta frase que enmascaraba sentimientos oscuros de soberbia, de posesión, de mando; hoy, -digo- tiene su cabal sentido, su real acepción y, por tanto, su sabor de dolor, de pérdida, de distancia…

Pero…, el tapabocas también nos ha robado las sonrisas…, esas… luminosas, fraternas, acogedoras, inolvidables, en las que hallábamos acogida, discurso de amor, comprensión incondicional a nuestras fallas, ayuda moral en nuestros duelos; quizás, en instantes de desaliento podríamos decir como el poeta español, Bécquer: “esas (sonrisas)… que aprendieron nuestros nombres, esas… no volverán”; esas sonrisas diluyentes de caracteres ásperos; esas que eran un gesto luminoso para mostrar el alma, el amor, la tolerancia, la fraterna cercanía, la herramienta para paliar nuestra soledad y nuestros dolores, esas… no volverán. ¡Pobrecita nuestra alma sin las sonrisas fraternas, amorosas, espontáneas y cómplices!

El tapabocas nos ha robado también mucha parte en el lenguaje: a través del tapabocas, las palabras no tienen eco ni influencia porque han perdido detrás de esa pequeña mampara de tela, la sonoridad, el ritmo, la claridad de la vocalización, los hipertonos que nos guiaban en la comprensión de sentimientos, intenciones, ideas…; ya los vocablos son incómodos para pronunciarlos y casi nada audibles ni atractivos. ¡Pobrecitas nuestras palabras sin la cercanía de los otros en las tertulias, en las reuniones familiares, sin el calor que hermana cuando ellas se dicen al oído, o por amor, o por fraternidad, o por compañía, o por reclamo!

El tapabocas nos ha robado los olores: aquellos, los primeros de todos los elementos, los de la naturaleza; desolados, hemos olvidado el olor de los árboles, de los prados, de las flores, el olor indecible del afecto, de la compañía, de la hermandad; hemos olvidado el olor familiar, los olores caseros; todos se han disgregado, el más cercano está a dos metros de distancia, y con miedo de infectar o ser infectado; ya no recordamos el olor del incienso, de las velas, de los ritos en nuestros templos; los niños y jóvenes ha perdido el olor de sus maestros: su perfume, su ropa recién lavada, sus rostros bien afeitados, los peinados llenos de aromas venidos de las peluquerías que hacían parte de la inolvidable presencia física de nuestros maestros. Eran nuestro modelo para caminar, para vestirnos, para sonreír, para manejar el lenguaje gestual de amistad, de ternura, de comprensión; eran el parámetro según el cual íbamos a echar los hondos y firmes cimientos de la existencia que viviríamos serenamente, dignamente…

¡Pobrecita nuestra existencia sin poder sentir ni definir los olores que nos eran entrañables, originados en los antepasados, en la casa paterna, en el aula, en el lugar del trabajo, en la familia reunida, en los amigos, en los amores inolvidables!

24 de diciembre de 2020; año de la pandemia.


Por Lucila González de Chaves
lugore55@gmail.com
lucilagonzalezdechaves.blogspot.com

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