Por Roberto Antonio Caro Serna Corresponsal Suroeste
En Ciudad Bolívar nació Diego Alejandro Restrepo García. Fue un niño lleno de energía, conocido por su amor a la comida; comía de todo y siempre estaba dispuesto a compartir un plato con sus amigos. Su risa contagiosa y su espíritu alegre lo convirtieron en uno de los mejores del salón.
La relación entre Diego y su padre era especial, un lazo forjado en el amor y el respeto. Se adoraban mutuamente hasta el último momento, disfrutando de cada instante juntos. Su padre fue una figura fundamental en su vida, apoyándolo en cada paso de su camino musical. Diego era un gran hijo y un hermano ejemplar. Ayudó con la crianza de sus hermanos, especialmente con Valentina, la menor. Siempre estaba ahí para guiarla y protegerla. A pesar de las dificultades que atravesaban, lo más importante para ellos era estar juntos y apoyarse mutuamente.
Su pasión por la música floreció desde muy joven. Con una grabadora que recibió como regalo del Niño Dios, comenzó a cantar al ritmo de los éxitos de Pipe Bueno. Sus primeras presentaciones fueron en los actos cívicos del colegio José María Herrán, donde se ganaba los aplausos y el cariño de sus compañeros. La música se convirtió en su refugio.
Diego se unió al semillero de la Asociación de Mujeres al grupo llamado “Hombres Sensibles”. Allí encontró un espacio donde podía explorar su sensibilidad y creatividad. Fue en ese ambiente donde nació una de sus canciones más emblemáticas: “Las Volvieron Malas”.
Hoy su carrera musical como intérprete de música popular y ranchera sigue creciendo, que la gloria sea para Dios, como él mismo dice. Diego nunca ha perdido la fe ni el deseo de seguir adelante. Su amor por la música lo impulsa a seguir soñando y luchando por sus metas.
En Ciudad Bolívar sentimos una profunda admiración por este joven talentoso que nunca dejó que las dificultades apagaran su luz. Su legado vivirá en cada nota que canta y en cada corazón que toca con su música.
Lea también: En Venecia: jengibre y especias del Suroeste