Entrega 43
Por Rubén Darío González Zapata Nacido en la vereda La Lindaja Corregimiento Alfonso López (San Gregorio) Ciudad Bolívar
El San Gregorio hoy
Demos ahora un salto en el tiempo y situémonos en la segunda década del milenio 2000. Atrás han quedado los duros, nostálgicos y lejanos años en los que el sitio que hoy conocemos como corregimiento Alfonso López (San Gregorio) estaba cubierto por selvas inhóspitas en las que era imposible caminar por lo tupidas que estaban (relato de Bernardo Guerra). Un sitio al que empezaban a llegar colonos de Concordia, Salgar y otros lugares más lejanos, buscando nuevos horizontes, nuevas tierras en donde poder crear un patrimonio y sacar adelante sus familias. El fenómeno llamado Colonización Antioqueña ya empezaba a dar entonces sus últimos coletazos y el siglo XX llegaba con nuevos desafíos y nuevas esperanzas para nuestros antepasados.
San Gregorio. Facebook, foto publicada por Historia corregimiento Alfonso López
¿Qué tenemos ahora? San Gregorio ha crecido, es cierto, y ha alcanzado logros importantes en materia de progreso material: vías de comunicación, electrificación, servicios públicos, instalaciones escolares para primaria y bachillerato, conectividad y seguramente condiciones de salud muy superiores a las que se tenían, por ejemplo, allá por los años 50 o 60. Pero también es cierto que seguimos llevando sobre nuestros hombros el peso y las consecuencias de momentos críticos que hemos tenido que vivir: la violencia partidista de los años 40 y 50, la violencia guerrillera y luego la del paramilitarismo, fenómenos a los que se le sumó, para infortunio nuestro, el del narcotráfico en el país que ha afectado también al corregimiento, así como la delincuencia común.
Aunque podemos decir que las causas estructurales de estos problemas están fuera de nuestro control, es válido, sin embargo, que uno se pregunte si nuestros padres, las autoridades civiles, el sistema educativo y los líderes religiosos que han formado parte de nuestro entorno inmediato, nos dieron las herramientas adecuadas para hacer frente de manera eficaz y como sociedad civil a estos fenómenos degradantes y deshumanizantes. ¿Se transmitieron a nuestros jóvenes (hombres y mujeres) los valores suficientemente sólidos como para que éstos entendieran que la producción de riqueza y la generación de desarrollo económico se hacen es mediante esfuerzo y trabajo honestos? ¿Se les enseñó, con el ejemplo, que el verdadero bienestar social se obtiene cuando hemos logrado construir una sociedad en la que cosas como la justicia, el respeto por la vida y por las ideas de los demás son líneas rojas que nunca deberíamos sobrepasar? ¿Que la mujer es un ser con la misma dignidad y los mismos derechos que los hombres y no un objeto sexual del que se puede disponer cuando se quiera y que además su papel va más allá de ser la madre sacrificada y sumisa, la anciana que no se cansa de esperar a que el hijo desagradecido venga alguna vez a darle la limosna de una caricia, o la cucha que todo se lo tiene que perdonar al hijo calavera a cambio de un incierto bienestar económico que éste le puede dar con dinero mal habido? ¿O que su rol no tiene por qué ser el de la traidora, desleal, malagradecida e interesada de la que hablan los corridos de despecho mexicanos, para los que, por lo demás, la vida no vale nada?
Tal vez la respuesta a estas preguntas tenga que ser un desalentador NO o, en el menor de los casos, un lánguido “no hemos hecho lo necesario” o “no lo hemos hecho lo suficientemente bien”, y que tengamos que admitir que gran parte de la herencia del San Gregorio que construyeron nuestros abuelos se contaminó en el camino con esos males. No nos extrañemos entonces que esta cultura de antivalores nos esté pasando ahora su siniestra cuenta de cobro. Y esto pone sobre nuestras conciencias una pregunta crucial: ¿cómo asumir estas realidades? En mi opinión hay dos maneras: 1) Resignación fatal: es lo que se podría llamar la del fatalismo facilista; la del así somos y no podemos hacer nada para cambiar. Es la posición que parte de la base de que, por más que lo intentemos, jamás podrá dársele conscientemente un nuevo rumbo a las cosas. De esta forma, se termina renunciando a todo esfuerzo. Es el fatalismo facilista para justificar el no hacer nada. 2) Aprender del pasado: es ver nuestra historia como una inmensa fuente de riquezas en el terreno del aprendizaje, con la certeza de que, si bien no podemos hacer nada para cambiar los hechos del pasado, sí podemos aprender de las lecciones que éstos nos están dando. ¿Cuáles podrían ser algunas de esas lecciones cuya identificación y utilización esté a nuestro alcance? Creo todos estamos en la obligación moral de hacer un esfuerzo para identificarlas y decidir cómo las podemos aprovechar; esfuerzo en el que todos los organismos sociales del corregimiento deberían estar presentes: la administración municipal, las organizaciones sociales (juntas de acción comunal), las organizaciones religiosas (especialmente la parroquia), el colegio y su equipo de docentes y las personas independientes que han logrado sentar algún tipo de liderazgo. En otras palabras, toda una comunidad actuando a través de los mecanismos institucionales existentes u otros que ésta considere necesarios.
¿Por qué una decisión de esta naturaleza es tan trascendental?
Opino que hay, al menos, dos razones para ello: 1) Estar organizada conscientemente en torno a unos valores, unos principios y unos propósitos, le permite a una comunidad afrontar con mayores probabilidades de éxito fenómenos degradantes y deshumanizantes como los que ha tenido que vivir el corregimiento de San Gregorio prácticamente a lo largo de toda su historia, para convertirlos en oportunidades de auto crecimiento. 2) Una sociedad sólidamente organizada tiene mayores probabilidades de éxito para canalizar recursos, ya sea que provengan del Estado o de organizaciones privadas nacionales o del exterior, incluyendo los recursos internos salidos de la comunidad misma.
¿Difícil? Sí, hay que admitirlo, pero no imposible. Desde luego, intentarlo no significa que ya lo tengamos todo logrado, pero sí abre las posibilidades a que lo obtengamos. Puede que no todos y todas se decidan a hacerlo, pero con una sola persona que lo intente ya es un comienzo. Solo preguntémonos qué habría pasado si una reflexión como ésta la hubiéramos hecho hace 40 años y hubiéramos tomado entonces una decisión en ese momento. Tal vez el San Gregorio de hoy sería una comunidad con una mejor calidad de vida que la que tenemos en la actualidad.
Nota:
Las referencias sobre los fenómenos de violencia que se hacen esta entrega están basadas en los documentos:
Centro de Fe y Culturas; Suroeste antioqueño, un conflicto silenciado; https://www.centrofeyculturas.org.co/files/SuroesteAntioquenoUnConflictoSilenciado_compressed_compressed.pdf
Suroeste antioqueño, territorio sagrado para la vida; Informe sobre sobre el conflicto social y armado del suroeste antioqueño; https://www.justiciaypazcolombia.com/wp-content/uploads/2020/10/INFORME
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Por Rubén Darío González Zapata Nacido en la vereda La Lindaja Corregimiento Alfonso López (San Gregorio)