Por Rubén Darío González Zapata Nacido en la vereda La Lindaja Corregimiento Alfonso López (San Gregorio) Ciudad Bolívar
San Gregorio. La semilla queda sembrada 1
Panorámica de San Gregorio (Alfonso López), tal como se ve en la actualidad.



Pero no en todas partes la gente se ha ido ya a la cama. En la casa de los Gil Arroyave hay una animada reunión: los hijos y los nietos y algún vecino que se encuentra de paso, celebran una de sus habituales veladas, amenizada con cantos de bambucos, pasillos y románticos valses al dulce eco del sonido de las cuerdas del tiple; las velas, al esparcir su suave luz, proyectan sus sombras temblorosas sobre la pared, creando con ello un escenario fantasmal, ideal para la narración de aventuras y cuentos de miedo que tanto terror (y paradójica fascinación) producen en los niños; mientras tanto, en la cocina la crepitante llama producida por los trozos de leña en el fogón anuncia que una merienda de chocolate caliente — cuyo aroma se esparce por el entorno — y arepas redondas está en proceso de preparación.
La hora ha avanzado, los más chicos han buscado la cama y la conversación de los adultos, que ha tomado otro sesgo, gira ahora alrededor de los grandes problemas familiares y los de la incipiente y dispersa comunidad de la comarca. Una conversación que en nuestra imaginación bien pudo haber transcurrido de esta forma:
— Oiste hombre Santiago, y qué pensás hacer ahora con eso de la Caja Agraria; qué tal que perdamos la finca y todo el trabajo que le hemos metido –, pregunta con preocupación uno de sus hermanos. Para estos momentos, Juan Crisóstomo ya ha fallecido, igual que Efraín y, probablemente también, Rosario, la matriarca de la familia. Santiago, al parecer, lleva ahora el liderazgo del grupo miliar.
— Pues vea hombre, yo desde hace días estoy pensando en una cosa y de una vez se las voy a decir p’a que ustedes me digan cómo les parece; es que he palabriado algo con ese señor de allá del frente, que viene tanto por aquí con la idea de abrir una tienda – responde Santiago, convencido de que, para todos, lo que está a punto de proponer es lo más razonable. Y continúa: — A él le gusta mucho este terreno porque es plano y hasta me dio una idea –. La mirada silenciosa e inquisitiva de su familia le indica a Santiago que en todos se ha creado una gran expectativa; saben que está hablando de un señor llamado José Félix Restrepo, con quien, en compañía de su hermano Samuel, lo han visto sosteniendo largas conversaciones. Estos dos hombres son hijos del dueño de la fonda que se llama San Gregorio, ubicada en el alto del frente y son, por lo que parece, personas serias y muy bien instruidos. — ¿Qué será lo que va a proponer Santiago? – se están preguntando todos.
— Ustedes saben que yo no tengo plata p´a pagar las deudas con la Caja Agraria pero tampoco nos vamos a dejar quitar la finca; entonces me eché un cabezazo: venderle parte del terreno a don José Félix y con la plata que entre ponernos al día y nos quitamos de encima este problema – dice calmadamente Santiago, seguro de que esa es la mejor solución dadas las circunstancias del momento; las miradas de los que le escuchan le dicen que comparten su decisión; es el clima de respaldo que esperaba de los suyos, lo que le da tranquilidad. Pero algo más están esperando sus hermanos e hijos: lo adivina en sus ojos.
— Bueno, lo otro es que don José Félix y yo hemos pensado en que se puede vender el llano por lotes para que la gente venga y haga casas y esto se convierta en un caserío – Santiago lo dijo así, como si fuera la cosa más natural del mundo.
– ¿Ve, y a éste qué le pasó? Quién va a venir a comprar pedacitos de tierra a este sitio tan solitario, y pa’qué queremos caseríos aquí, p’a eso está Salgar, Bolívar, la tienda de San Gregorio que queda aquí detrás de la oreja, o la que va a abrir ese señor José Félix — respondieron sus hermanos. Esta reacción de su familia, sin embargo, no le extrañó a Santiago; era algo con lo que ya contaba. La experiencia y las largas conversaciones que había sostenido con su padre Juan cuando aún vivía le habían enseñado que las personas siempre temen a todo aquello que signifique nuevos desafíos y que prefieren quedarse con la seguridad y la facilidad de lo poquito que ya tienen o conocen antes que lanzarse al mundo de lo desconocido. Él mismo había sentido iguales temores y dudas cuando José Félix le planteó la idea por primera vez, pero rápidamente los había superado. Así que, tomando aliento, haciendo acopio de toda su capacidad de convencimiento y con la autoridad que le da ser el líder de la familia, continúa:

Son ya las 11 de la noche y la conversación ha llegado a su fin, pero de ella ha nacido un proyecto. – Y ahora, vámonos a la cama porque el trabajo que nos espera es mucho. Que pasen una feliz noche — dice Santiago, antes de desaparecer debajo de las cobijas y entregarse a un merecido descanso. Estamos probablemente en el año 1931 o 1932 y la semilla del futuro San Gregorio ha quedado ya sembrada.
NOTAS:
1 – Contenido inspirado en el relato de Miguel Herrera, fechado en octubre 7 de 1995, y Un Hombre Ancestral, de Luz Adiela Guerra.
2 – Fotografía del matrimonio Juan Crisóstomo Gil y María del Rosario Arroyave (sentados). La mujer en la parte de atrás y de pie no está identificada. (Foto suministrada por Róguel Sánchez).
3 – Bernardo Guerra y su esposa Teresa. (Foto publicada por Luz Mery Guerra).
4 – Miguel Herrera, rodeado de su familia. (Foto publicada por Silvia Herrera)
5 – Santiago Gil. Este personaje, en compañía de José Félix Restrepo, sería quien habría de poner en marcha el proyecto de San Gregorio, con la ayuda de José Félix Restrepo, al decidir lotear parte de la finca. (Facebook, Róguel Sánchez y otros descendientes de la familia Gil).
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