¿Una alternativa viable frente al modelo capitalista?
Uno de los dilemas más difíciles al que hube de hacer frente siendo yo aún un primíparo en la universidad, fue qué posición asumir desde el punto de vista político e ideológico ante las propuestas de los modelos económicos en los que el mundo de aquellos años se encontraba dividido. Era la época de la Guerra Fría, conducida, por un lado, por Estados Unidos con todo su poder económico y, por el otro, por la entonces Unión Soviética, la China de Mao Tsetung y la Cuba de Fidel Castro, con la amenaza siempre latente de una guerra nuclear que, como una Espada de Damocles, pendía de un frágil hilo sobre nuestras cabezas.
Entonces, para los jóvenes de ese momento había solamente dos opciones dentro de las cuales alinearse ideológica y políticamente: 1) El Capitalismo y su discurso de economía de mercado libre, confort, libertad de pensamiento y valores de la Civilización Occidental, con el que el sistema alimentó mi cerebro desde niño, así todos esos alabados beneficios de tal modelo fueran a parar solamente a las manos de unos cuantos privilegiados. 2) El Comunismo y su anunciado paraíso de la igualdad social, con la posesión de los medios de producción en manos del pueblo, aunque para ello hubiera que sacrificar la libertad individual e incluso la vida misma de quienes no estaban de acuerdo. Era el modelo del mal, según se nos repetía una y otra vez; la amenaza contra todo lo que se consideraba valores auténticos del cristianismo y de los sistemas democráticos. Recuerdo mucho los intensos debates en aquellas tertulias de sábados por la tarde en improvisados escenarios montados en el sótano de una vieja casa, así como las asambleas estudiantiles. Todo al son de la música de protesta que en aquella época encendía los corazones. Nada de esto, sin embargo, respondía a lo que yo consideraba que debía ser la base de una economía justa.
Fue en esos momentos precisamente cuando se dio mi encuentro con una forma diferente de ver el mundo, tanto desde la perspectiva económica como desde el punto de vista social: el Cooperativismo. Igual que el Comunismo y el Capitalismo, el Cooperativismo tenía, según el análisis que del mismo hice por ese entonces, los elementos suficientes para llegar constituirse en un modelo económico, pero sin los defectos de los dos anteriormente mencionados. Igual que el Comunismo y otras formas de Socialismo, el Cooperativismo había surgido como una respuesta de la clase obrera para mitigar, al menos en parte, las duras condiciones económicas en las que se encontraban los trabajadores dentro del naciente capitalismo surgido como consecuencia de la Revolución Industrial de los siglos XVII y XVIII en Inglaterra, y que rápidamente se fue extendiendo por muchos países europeos, llegando inclusive a América Latina ya a comienzos del siglo XX. Sentí, por tanto, que esta concepción de la economía y de la convivencia humana era la respuesta que con tanto anhelo había buscado.
No obstante, y con el paso de los años, habiendo dedicado la mayor parte de mi vida profesional a trabajar dentro del hoy denominado sector de la Economía Solidaria u otras organizaciones de carácter social, una de las conclusiones a las que he llegado es la de que el Cooperativismo efectivamente tiene el potencial para ser, como se repite en todos los textos y literatura cooperativa, una alternativa real frente al Capitalismo; prácticamente la única alternativa, ya que el Comunismo como modelo de propiedad sobre los medios de producción, con excepción de algunos países pequeños como talvez Cuba, ya no existe, mientras que China, para citar el caso más paradójico de mezcla de comunismo y economía de libre empresa, (ellos lo llaman socialismo de mercado), es hoy por hoy una economía capitalista, muy exitosa por cierto. Ahora bien, una cosa es tener potencial para ser una alternativa frente al Capitalismo y otra, muy diferente, es estar en capacidad efectiva de serlo; de competir, de tú a tú, con el capitalismo mundial o, siendo más modestos, serlo al menos dentro del ámbito de un país como el nuestro. Hasta ahora, que yo sepa, no ha habido ninguno cuya economía se haya basado, ciento por ciento, en un modelo cooperativo y que, de paso, haya resultado exitoso.
Lo anterior ha llevado a que el sector de la Economía Solidaria en los países donde existe (que es en la mayoría de los países del mundo), incluido desde luego Colombia, no haya podido pasar de ser precisamente eso: un sector. Un sector con un peso más o menos marginal según el país que se trate y con escaso o ningún poder para incidir en las grandes políticas de los gobiernos de turno. Una realidad que, al menos por el momento, hemos terminado por tener que aceptar. Ello, desde luego, no le resta para nada importancia a este modelo, pero sí nos obliga, al menos, a reflexionar sobre qué tanto peso dentro del destino de una nación –pensemos en Colombia, por ejemplo– queremos que llegue a tener. ¿Por qué no apuntarle a que, dentro de una visión de largo plazo, la Economía Solidaria pueda llegar a ser el sector más estratégico del país? ¿Un sector con el poder suficiente para sentarse a la mesa de las grandes decisiones de la Nación en condiciones de igualdad con todos los demás gremios o, inclusive, con mayor poder que ellos? ¿Qué nos impide pensar con una visión planteada en esos términos? Hasta donde yo veo, nada tiene por qué impedirlo.
Termino señalando que soy consciente de que esta columna deja más preguntas que respuestas para quienes creemos en la Economía Solidaria, pero me parece interesante abrir el debate sobre un asunto tan crucial para el futuro de este modelo económico.
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Por Rubén Darío González Zapata Nacido en la vereda La Lindaja Corregimiento Alfonso López (San Gregorio) - Ciudad Bolívar