Mis años en San Gregorio – El duelo de Cosiaca y el guapo del pueblo

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Mis años en San Gregorio (Alfonso López), vistos por el niño que llevo dentro


Entrega 9

Por Rubén Darío González Zapata
Nacido en la vereda La Lindaja
Corregimiento Alfonso López (San Gregorio)
Ciudad Bolívar

Cosiaca fue un personaje muy reconocido en la región del Antioquia Grande y de él se habla mucho en todas partes. Lo imagino como un hombre medio vagabundo, medio loco, irreverente, genial improvisador de cuentos y dueño de un carisma especial para ganarse el cariño de la gente a base de una labia inigualable. Los cuentos sobre la astucia y habilidad con las que este hombre salía adelante en situaciones complicadas son, casi siempre, tema obligado en las reuniones de la casa: cosas como lograr que el almuerzo en un restaurante le saliera gratis, ganar una apuesta a base de cañazos, dejar desconcertado con una frase aguda a alguien que le hacía un reclamo, o llegar a un sitio y ganarse la gente a base de ingenio y habilidad, son apenas algunos de los casos relatados por los adultos a los que les gusta narrar esta clase de cuentos. De alguna forma, fue alguien en quien se reunían la malicia, la picardía y el sentido del humor propios de la gente común y corriente de Antioquia. Algunas de las aventuras que le acomodan a este personaje son algo así como ésta:

Cuentan — dice Pablo — que en cierta ocasión a Cosiaca le dio por ir a conocer un pueblo, pero, como solía sucederle casi siempre, no tenía ni cinco centavos para pagarse la alimentación y la dormida en aquel sitio, en donde nadie lo conocía, aunque todos sus habitantes sabían muy bien de su existencia (como en todos los pueblos de la región antioqueña). Tampoco le interesaba a Cosiaca llegar allí y pasar desapercibido como un Juan Lanas1 cualquiera, en el que nadie se fija y, menos aún, tener que salir de ese pueblo con el rabo entre las piernas. Confiado, sin embargo, en su buena estrella y en la habilidad que lo caracterizaba para salir adelante de cualquier contratiempo, puso sus cosas en un costal y se dirigió a aquel lugar.

José Manuel García «Cosiaca» (web)

Camino a su destino se encontró con alguien que venía de aquel desconocido pueblo y con él entabló conversación:

— Oiga hombre — le preguntó Cosiaca en tono confidencial – y qué hay, así como de bueno, para hacer en ese pueblo. Aquel forastero, luego de pensarlo un rato, mirándolo de reojo y con aire de maliciosa socarronería, le dijo:

— vea mi don, ¿quiere que le diga cómo usted se mete al bolsillo a esa gente? Sencillo, ganándole en una pelea al guapo 2 del pueblo, a uno que le dicen el Tungo, porque le falta una oreja que le bajó otro tipo en un duelo a peinilla voleada; de ese hombre se dice que es más peligroso que un volador sin palo. Pero, eso sí se lo digo, donde no le gane tiene que salir a perderse antes de que lo deje sin orejas y hasta sin en qué sentarse al menos durante un mes, porque la planchada que le va a pegar va a ser tan grande que hasta San Pedro va a bajar a la novelería. ¿Y quiere que le diga otra cosa?

— Sí, diga a ver, dijo Cosiaca con curiosidad:

— Si le va a buscar pleito al Tungo tiene que llegar pisando duro y haciéndose el que es más bravo que una culebra con dos cabezas, antes de que él se lo trague vivo, enterito y sin sacudirlo.

— Y ya para terminar — añadió aquel desconocido — le doy este otro dato: a él lo encuentra en la cantina grande de la plaza, esa donde se reúne la gente que sabe trovar 3 a golpe de tiple, porque al Tungo le gusta mucho esa clase de música y con frecuencia él también improvisa versos. Y aquí lo dejo mi don, porque tengo que llegar temprano a casa donde me espera mi mujer, no vaya a ser que yo resulte también con una buena planchada. Dijo medio en broma y un poco también medio en serio. Y así se despidieron. Armado con esta información, Cosiaca continuó su camino, pensando en lo que le había dicho el forastero.

Ya en el pueblo, Cosiaca buscó una posada donde guardar sus cosas y, luego de planear minuciosamente el paso siguiente, salió a la plaza y se encaminó a la cantina. Era día de mercado y el pueblo estaba lleno de parroquianos que habían ido a hacer sus compras y a tener unas horas de distracción. Los clientes en aquella cantina charlaban animadamente al son de la música de despecho y parrandera. Ya adentro, Cosiaca estudió con cuidado el sitio: en una pared, al lado del mostrador, dos tiples colgaban de un clavo cada uno y en medio de los dos aparecía escrita esta inquietante estrofa: Aquí el que llega saluda primero / el que sale se despide de una vez / y del que busca que le piquen diez / no queda sino el reguero. Más al fondo, por el lado de los baños, se observaba una ventana amplia que daba a un solar muy grande, conectado a la vez a un cafetal: algo muy útil en caso de ser necesaria una retirada táctica. Sostuvo también una breve charla con el cantinero, luego de la cual éste, curiosamente, se mostró muy amable para con el recién llegado.

–A ver, pues, dónde es que está el Tungo, porque aquí hay un hombre de verdad que quiere conversar con él; eso sí, en el caso de que no le de miedo. Dijo Cosiaca en voz alta para que todos lo escucharan bien.

Sorprendida, la gente se preguntaba quién sería ese loco que se atrevía a hablar de esta forma. Pero Cosiaca permanecía sereno, al tiempo que se tomaba de un solo golpe un trago doble de aguardiente, mientras miraba con aire desenfadado y desafiante a todos los presentes. Luego de un momento y un tanto intimidados, los clientes optaron por continuar cada quien en lo suyo, pero observando con inquietud y sin perder de vista a aquel extraño forastero.

De pronto, un hombre de fornida estatura y mirada fiera, alpargatas por calzado, camisa de dril con mangas arremangadas, mulera4 al hombro y sombrero aguadeño ladeado, se paró en la puerta de la cantina. Ceñida a su cintura se destacaba una peinilla de 22 pulgadas, enfundada en una cubierta ramaluda5 profusamente decorada. Le faltaba una oreja, así que, al verlo, Cosiaca pensó para sus adentros: este es el Tungo.

–A ver, ¿quién fue el que me mandó llamar?, dijo con recia voz este hombre.

La música se detuvo y un profundo silencio reinó en el ambiente. Todos los ojos se posaron en Cosiaca y la gente pensó: ¡uy, aquí como que va a haber pelea!

— ¡Yo! — contestó Cosiaca con pasmosa serenidad.

— A ver, hombre, y qué es lo que querés, pero decilo rápido, porque hoy amanecí con ganas de planchar, ¿oíste?, dijo a su vez el Tungo en tono amenazante.

— Lo vengo a desafiar, y si usted me gana me voy ya mismo de este pueblo, pero si yo le gano, usted paga todo lo que yo gaste durante el tiempo que me quiera quedar aquí, respondió.

Los clientes no daban crédito a lo que veían sus ojos. Muchos de ellos, atemorizados por lo que seguramente iría a pasar, se retiraron discretamente de la cantina, pero otros, más arriesgados, decidieron quedarse para presenciar lo que seguramente iba a ser un duelo fuera de serie.

— No digás más bobadas y comencemos de una vez pues, dijo el Tungo.

— Pero con una condición, advirtió Cosiaca:

— ¿Y ahora qué es lo que quiere?, dijo el Tungo ya molesto y con la mano puesta en la empuñadura de la peinilla.

— Que usted pelea con esa peinilla, pero yo peleo con esto. Y, sin darle tiempo a responder, tomó uno de los tiples que colgaban en la pared.

El Tungo quedó quieto y desconcertado. La gente tampoco salía de su asombro. ¿Qué clase de desafío era ese? El momento de desconcierto lo aprovechó Cosiaca para rastrillar las cuerdas del instrumento y cantar así:

Hoy que por fin consigo,

A este Tungo desafiar,

En claro quiero dejar

Que no va a poder conmigo.

Y si no se echa p’a atrás,

En lo que ahora comienza,

Lo reto a que me convenza

Al repente… si es que puede.

–Eh ave maría, ¿y ahora qué irá a hacer este Tungo? — se preguntaba la gente.

El cantinero, que ya sabía para dónde iban las cosas, le puso el otro tiple en las manos y éste no tuvo más remedio que improvisar un verso para no quedar como un tonto delante de sus paisanos: — Primero salgo de esto y luego se las cobro a este pedazo’e bobo, pensó para sí el Tungo. Respondió entonces de esta forma:

No me asustás, tuntuniento,6

Ni le corro a un Juan Lanas,

Y estoy que me muero’e ganas

De darle un buen escarmiento.

Pero antes de irle dando

Lo que tiene de merecido

Pregunto a este aparecido

De dónde vino saliendo.

Entre gritos y aplausos, los parroquianos volvieron sus ojos a Cosiaca esperando una respuesta. Este respondió:

Si quiere saber, mi don,

Con quién s’está entendiendo,

Un Juan lanetas no soy,

P’a que lo vaya sabiendo.

Respondo pues su reclamo

Con algo que me destaca:

José García me llamo,

Pero me dicen Cosiaca.

Una ola de entusiasmo recorrió la cantina, ya de nuevo a reventar de clientes, quienes de pie ovacionaron a Cosiaca, y el mismo Tungo, que ya no pudo disimular que esta vez había sido vencido, no por la fuerza bruta ni por la violencia, sino por la astucia y la inteligencia del hombre más popular y querido de la región antioqueña, unido ahora con su adversario, continuó el duelo de la trova hasta terminar ambos completamente exhaustos, porque así es el arte del repentismo.

Sobra decir que Cosiaca permaneció todo el tiempo que quiso en aquel pueblo, comiendo y durmiendo de gratis y gozando del aprecio de todos sus habitantes, y el Tungo aprendió que no siempre es con la fuerza física con la que se gana una pelea.

Nota 1:

“Juan Lanas” es una expresión que se usaba en Antioquia para hablar de una persona sin ninguna importancia y escaso o ningún reconocimiento. 

Nota 2:

“Guapo” es un término que en Antioquia significaba persona valiente y arriesgada para la pelea. Cada pueblo tenía generalmente algún vecino frentero y peleador que recibía ese nombre.

Nota 3:

La trova o repentismo, es un canto en verso improvisado, con el que dos personas, y de manera alternada, desarrollan un determinado tema, que también puede ser improvisado. Es un verdadero arte al que es muy aficionada la gente en el Antioquia Grande, si bien en otras regiones de Colombia, como la Costa y los Llanos, también existe, aunque con modalidades un poco diferentes. De acuerdo con “Wikipedia Google, La enciclopedia Libre”, los creadores de este arte fueron Salvo Ruiz y José Antonio (Ñito) Restrepo, originarios del municipio de Concordia, que vivieron entre finales del siglo XIX y primera mitad del siglo XX.

Nota 4:

Mulera es una especie de poncho tejido en tela burda y resistente de algodón, muy usado en la arriería para tapar los ojos de una mula cuando la están cargando, descargando o herrando, y así evitar que esta se encabrite por algo que vea o la asuste. Para los aficionados a las peleas, esta prenda servía también para parar los golpes que con la peinilla lanzaba el adversario.

Nota 5:

Uno de los toques decorativos de una cubierta en la que se guarda la peinilla son los ramales que cuelgan de la misma. La abundancia de estos es lo que hace que a la misma se le diga “ramaluda”, lo cual es también signo de estatus de su dueño.

Nota 6:

“Tuntuniento” era una expresión muy usada en Antioquia para referirse a alguien desalentado, desnutrido o, también, una persona insignificante.

Entrega 1: «Mis años en San Gregorio: Un futuro por construir».

Entrega 2: «Mis años en San Gregorio: El nido familiar».

Entrega 3:  «Mis años en San Gregorio: Mirador de cielos y cordilleras»

Entrega 4:  «Mis años en San Gregorio (Alfonso López), vistos por el niño que llevo dentro»

Entrega 5:  «Mis años en San Gregorio (Alfonso López), Encuentro con el mundo de la religión»

Entrega 6:  «Mis años en San Gregorio – Domingo en San Gregorio» 

Entrega 7: «Los aprendizajes ya no son un juego–Comienza la escuela» 

Entrega 8: «Mis años en San Gregorio – Música y leyendas»


 

Por Rubén Darío González Zapata
Nacido en la vereda La Lindaja
Corregimiento Alfonso López (San Gregorio)
Ciudad Bolívar

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