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Mis años en San Gregorio (Alfonso López), vistos por el niño que llevo dentro


Entrega 16

Por Rubén Darío González Zapata
Nacido en la vereda La Lindaja
Corregimiento Alfonso López (San Gregorio)
Ciudad Bolívar

— ¿Es usted José Zapata? — preguntó el más viejo de aquellos tres individuos, el que parecía ser el jefe de ese grupo.

— Sí señores, yo soy, ¿qué se les ofrece? — respondió mi abuelo en tono tranquilo, pero con la inquietud y la certeza de que aquella no era precisamente una visita social.

— Necesitamos hablar con usted — respondió aquel hombre, con esa mirada propia del que sabe que su presencia es incómoda e intimidante.

De esta forma comenzó el episodio en aquella reciente y nublada mañana, cuando ya todos nos preparábamos para los trabajos de la jornada. Aún estábamos desayunando cuando vimos que tres jinetes descendían por el camino que viene de la cordillera. Inicialmente no le dimos al asunto mayor importancia. Podía tratarse de vecinos que iban rumbo al cañón de La Lindaja o, tal vez, eran personas que decidieron tomar esta vía para ir a San Gregorio. Sin embargo, algo hizo que nuestras alarmas se dispararan: desde nuestra vivienda, situada a unos 400 metros abajo de la de mis abuelos, vimos, con espanto, como esos sujetos se detenían frente a su casa y, atravesando la puerta del cercado, entraron sin pedir permiso.

Por mi mente empiezan a desfilar detalles de los macabros relatos de muerte que escucho con tanta frecuencia en las noticias o que narran tantas personas en San Gregorio. Me preguntaba qué cosas querrían esos forasteros. Qué ocultarían debajo de la ruana que llevaban puesta. Qué iría a pasar con mis abuelos. Qué iría a pasar con mi mamá, con mis hermanos y conmigo. Desde el sitio en donde nos encontramos, vimos a papá José salir a recibirlos en el corredor de la casa, mientras mamá María estaba a su espalda, probablemente con el alma en un puño por la inesperada aparición de esos sujetos. Luego de un aparente cruce de palabras, vimos con angustia como el grupo de esos tres hombres y mi abuelo se desplazaba a un sitio desde donde quedó fuera de nuestro alcance visual. Clavados al piso, no tuvimos más alternativa que esperar temiendo lo peor. Minutos más tarde (tal vez 15 o 20 eternos minutos después), el grupo regresó; montando de nuevo en sus cabalgaduras, los forasteros, con gran alivio de nuestra parte, emprendieron el camino de regreso de nuevo hacia la cordillera.

Y es que lo que empezó siendo noticias sobre acontecimientos violentos en lejanos lugares, es algo cada vez más cercano a la familia. Salgar especialmente y el mismo San Gregorio, son sitios en donde la muerte traicionera de vecinos se repite una y otra vez. De manera inquietante, individuos extraños se cruzan, cada vez con mayor frecuencia, por nuestro camino; sujetos cuya amenazante presencia es un escalofriante mensaje de muerte. Recuerdo aquella ocasión en la que, hacia las horas de medio día, llevando el almuerzo para mi abuelo y mis hermanos al sitio de trabajo, se me unió por el camino alguien a quien en el pasado conocí como una persona de lo más corriente de la vida, pero que es ahora un ser cuyo espíritu ha sido transformado por el odio y por la violencia. Me impresionó su fría mirada cuando, al hacerme a un lado para darle paso, me dijo que continuara caminando y, al hacerlo, sentía su inquietante presencia detrás de mí hasta que, de un momento a otro, como un animal que huye de algún oscuro cazador, se escurrió por entre los arbustos del cafetal. Este recuerdo hacía más dramático e incierto el momento que estaba viviendo ahora con mi familia.

Lo que sucedió en el sitio de su reunión con esa gente lo narró así papá José:

— A ver, ¿qué se les ofrece? — preguntó de nuevo mi abuelo, ya en la pesebrera y el beneficiadero de café a donde se han desplazado para hablar.

– Vea don José, nosotros somos personas que cuidamos las fincas y las casas de la gente de por aquí y por eso necesitamos que usted colabore con plata o con cosas que nos puedan servir — respondió de ese individuo, como quien da una orden que debe ser acatada irremediablemente, mientras que los otros dos acompañantes asentían mecánicamente para darle fuerza a aquellas palabras. Pero no contaban estos forasteros con que papá José no es un hombre fácil de engañar y que sabía muy bien a qué se referían cuando hablaban de cuidar las fincas y las casas, que no es otra cosa que un pretexto para sacarles dinero a las gentes, sin pararse en reparos cuando alguien se niega a colaborar, incluso yendo hasta el asesinato si así lo deciden.

– Vea hombre, yo sé lo que ustedes hacen y a lo que se dedican, y yo para esas cosas no voy a colaborar– respondió mi abuelo tajantemente. Una respuesta que debió dejar desconcertados y con la boca abierta a aquellos extraños, que hasta ahora se venían a enterar de quién es este José Zapata que tienen ante sus ojos. Un hombre frentero, que dice las cosas cuando las tiene que decir y a quien se las tiene que decir sin ponerse bravo, porque no lo necesita. De su presencia emana un halo de autoridad que le permite afrontar una situación como ésta con el aplomo de quien sabe cuándo la razón está de su lado; nunca lo he visto pelearse con alguien, pero tampoco lo he visto doblegarse ante nadie por poderoso que sea.

– Hombre, tenga cuidado, porque si no colabora por las buenas esto le va a salir muy caro. Para que lo sepa, nosotros somos gente seria –. En las palabras de ese sujeto había una amenaza clara y mi abuelo lo sabía, pero eso no lo intimidó. Además, esos tipos venían armados; no podía tratarse, por tanto, de pacíficos vecinos.

– Sí señor, sé que ustedes me van a matar a mí o van a matar a alguien de mi familia, pero yo me sostengo en que no voy a dar nada— remató papá José.

¡Imagino lo tenso que debió ser ese momento! Mi abuelo, un hombre de unos 57 o 58 años, solo y desarmado, mirando de manera desafiante a unos hombres acostumbrados al asesinato de seres indefensos.

Finalmente, los tres forasteros, y luego de mucho insistir, tuvieron que darse por vencidos ante este testarudo caficultor. Es muy probable que no se imaginaran la clase de persona que iban a encontrar en papá José y que su presencia de ánimo los hubiera desarmado; es fácil, igualmente, imaginar lo enfurecidos y frustrados que se sintieron por no haber logrado su objetivo. Sin embargo, ser asesinado por esta clase de delincuentes con la modalidad tan acostumbrada de acechar a la víctima que, desprevenidamente, transita por el camino que lo lleva a su casa o al trabajo, agazapados a la orilla del camino ocultos tras la maleza, es un riesgo que existe y que nos llena de un profundo pavor. Pero eso no amedrenta a mi abuelo, que continúa adelante con su trabajo y con su vida como si no hubiera pasado nada.

Este dramático encuentro y la manera como papá José lo afrontó, ha hecho que mi respeto y admiración para con este hombre lleguen a niveles imposibles de superar. La lección de rectitud, valentía y entereza que nos acaba de dar será algo que siempre tendremos presente en la familia y que a mí jamás se me olvidará. Por eso hoy, más que nunca, me siento orgulloso de ser nieto de José Zapata.


Entrega 1: «Mis años en San Gregorio: Un futuro por construir»

Entrega 2: «Mis años en San Gregorio: El nido familiar».

Entrega 3:  «Mis años en San Gregorio: Mirador de cielos y cordilleras»

Entrega 4:  «Mis años en San Gregorio (Alfonso López), vistos por el niño que llevo dentro»

Entrega 5:  «Mis años en San Gregorio (Alfonso López), Encuentro con el mundo de la religión»

Entrega 6: «Mis años en San Gregorio – Domingo en San Gregorio» 

Entrega 7: «Los aprendizajes ya no son un juego–Comienza la escuela»

Entrega 8: «Mis años en San Gregorio – Música y leyendas»

Entrega 9: «Mis años en San Gregorio –El duelo de Cosiaca y el guapo del pueblo»

Entrega 10: «Mis años en San Gregorio –El rostro avieso de la muerte»

Entrega 11: «Mis años en San Gregorio – Violencia y política»

Entrega 12: «Mis años en San Gregorio – El aprendizaje no termina»

Entrega 13: «Mis años en San Gregorio – ¡Y llegó la navidad!»

Entrega 14: «Mis años en San Gregorio – ¡Oh, el amor!»

Entrega 15: «Mis años en San Gregorio: El inquietante mundo de lo invisible – Miedos que agobian»

 

Por Rubén Darío González Zapata
Nacido en la vereda La Lindaja
Corregimiento Alfonso López (San Gregorio)
Ciudad Bolívar

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