Mis años en San Gregorio – ¡Y llegó la navidad!

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Mis años en San Gregorio (Alfonso López), vistos por el niño que llevo dentro


Entrega 13

Por Rubén Darío González Zapata
Nacido en la vereda La Lindaja
Corregimiento Alfonso López (San Gregorio)
Ciudad Bolívar

Desde hace unos días ha habido un cambio en el ambiente y San Gregorio, como por arte de magia, empieza de pronto a tomar una nueva cara. Estamos en la fase final de la cosecha de café y las gentes han tenido dinero, lo que hace que la economía se dinamice. Los almacenes, el sastre  y el zapatero del caserío no dan abasto atendiendo los pedidos de los artículos cuya compra se ha venido postergando y que hasta ahora pueden ser adquiridos, para alegría de las familias: ordenar la hechura de los dos (a veces tres) estrenes de rigor, que deben estar listos en el momento oportuno, más las compras de algunos lujos que, si bien no son indispensables para el diario vivir, sí son cosas que producen bienestar emocional, así como esas compras secretas debidamente ocultadas a la curiosa mirada de los niños. En las cantinas se han venido escuchando los nuevos temas alegres y parranderos, más las habituales melodías que siempre suenan en esta temporada, y el campo mismo parece llenarse de alegría: florecen las navidades y todavía está fresco en la memoria de todos los vecinos el amarillo intenso de los arrayanes florecidos, que se destacaban hasta hace poco tiempo en los cafetales y cuyo alegre colorido contrastaba con el verde oscuro de los árboles de café. De igual forma, las señoras de las casas deben ir desde ahora previendo la adquisición de algunos ingredientes que pronto se van a necesitar en mayor cantidad de la habitual: el maíz, la panela, el queso y la canela; mientras tanto, los señores deben fabricar los mecedores para revolver el zumo que ha de salir del maíz pilado, luego de ser colado para separar el líquido del afrecho, y que será la base para hacer la natilla, la que, con los buñuelos, se comerá en la noche buena, todo compartido con los vecinos. El mismo clima ha cambiado y ahora los días soleados parecen sumarse a esta etapa festiva del año tan ansiada. Todo es alegría, todo es optimismo, todo ahora parece más bonito. ¡Llegó diciembre y con él llegó la Navidad!

Oficialmente, todo comienza el día 8 de diciembre con la fiesta de la Inmaculada Concepción, en cuya víspera se da uno de los espectáculos más maravillosos que yo haya visto: el alumbrado. Es costumbre que en esta noche en todas las casas se prendan velas, la mayor cantidad que sea posible. Como hasta ahora la inmensa mayoría de los hogares carece de energía eléctrica, ese espectáculo nocturno de luces en todas las praderas y en el cañón de la Lindaja nos produce a todos una profunda sensación de alegría y admiración. ¿A quién se le ocurriría esta idea tan bonita? Dice mi hermano Fáber, experto en inventar raras fábulas, que a las 8 de la noche la Virgen María en persona pasará por todas las casas para ver cuál de todas tiene el alumbrado más bonito; el hogar ganador – asegura mi hermano — recibirá una gracia especial. Ya hacia las 9 de la noche, de las velas solo han ido quedando algunos rezagos de cera pegadas a los listones de madera y la oscuridad, poco a poco, ha ido recuperando su reino, pero dejando en el cielo unos lejanos y titilantes puntos de luz a los que llamamos estrellas y luceros, los que, en esta noche despejada, junto con la Luna creciente, extienden por los campos una suave y leve luminiscencia. Como mañana es día de fiesta, podemos quedarnos levantados por un tiempo más largo de lo habitual, para vivir una de esas conversaciones familiares en las que salen a flote los lejanos recuerdos de la infancia de mi madre, su vida con papá Pedro y también, ¡cómo no!, las historias inventadas por mi hermano Fáber, en las que todos creemos sin asomo de duda alguna; historias que prenden, como siempre, mi inquieta imaginación.


Fotografía Galiakia.com

El siguiente paso es armar el pesebre. Me fascina esta tarea porque en ella nadie le puede poner límites a la creatividad. Se trata de recrear en una esquina de la casa todo el escenario en el que se tiene que dar la llegada del que, según los adultos, es un niño y, al mismo tiempo, Dios. El mismo niño que dentro de pocos días nos traerá los regalos de navidad. Cómo hace un niño tan pequeño para hacer semejante tarea, es algo en lo que, por lo pronto, no me pongo a pensar, porque mi mente está ahora en ese sitio tan lejano y curioso llamado Belén de Judá y al que procedemos ahora a darle vida en nuestra misma casa. Se trata de construir una pequeña aldea, con trozos de madera recogidos en el cafetal, piedras, algunas tablas que ya han prestado sus servicios y paja seca obtenida en la finca de los Restrepo, más unas antiguas y raídas figuras de yeso que durante toda la vida han reposado en ese vetusto y misterioso cajón que contiene también – según dice mi madre — tesoros inestimables, entre ellos, unos libros enmohecidos y las viejas cartas que alguna vez se escribió con mi papá. Una aldea cuyo sitio más destacado es una pesebrera; sí, así como la de San Gregorio, en donde duermen las mulas y los caballos y, por lo visto, también los bueyes; allí nacerá el niño, porque sus padres, José y María, son tan pobres que no tienen con qué pagar una posada para pasar la noche. Terminado el pesebre, con pastores que cuidan ovejas y cuyos dormitorios son grutas debajo de las piedras, con familias que viven en casitas cuadradas, más unos raros seres alados que cuelgan atados al techo con cuerdas de cabuya y que mamá llama ángeles, no queda más que esperar a que en esa especie de nido de pajaritos que hemos hecho aparezca, el 24 por la noche, el pequeño ser que tanto me intriga. ¡El escenario está listo!

¡Y llegó el 24! Este día ha estado precedido desde hace dos semanas por el paso de los aguinalderos, que van de casa en casa guitarra y tiple en mano cantando bellas melodías navideñas, a cambio de algún dinero en efectivo que posteriormente será destinado por el párroco para celebrar la navidad con las familias más necesitadas. La jornada comienza desde muy temprano con el proceso de cocción de la natilla, trabajo que por ser tan pesado está a cargo de los hombres, mientras que las mujeres se dedican a preparar los buñuelos, todo amenizado con las voces e instrumentos musicales de los Restrepo y la charla desinhibida de los adultos, mientras los chicos, incluidos mis primos que han llegado de Bolívar a pasar las vacaciones, tenemos a nuestra disposición todo el potrero para jugar. La alegría y el ambiente relajado es tal que, hasta mi abuelo, usualmente silencioso y distante, ríe, conversa y cuenta anécdotas graciosas acerca de sus travesuras de infancia. Ya hacia las 10 de la noche, los chicos, exhaustos por el desgaste físico del juego, debemos ir a la cama en la que caemos como piedras: es necesario estar dormidos, pues de lo contrario, el Niño Jesús pasará de largo y no nos entregará los regalos.

El momento culminante es la mañana del 25, en la que, al despertar, encontramos debajo de la almohada el regalo que, sin saber de qué manera, nos ha traído el Niño Jesús, el que ahora aparece sonriente en el nido de paja que le hemos fabricado, bajo la mirada de sus padres y rodeado por una mula y un buey que, con su cálido aliento, parecen darle la bienvenida. ¿Cómo hará el niño, con apenas unas horas de nacido, para hacer esa tarea de llevarle regalos a todos los chicos de San Gregorio? ¿Cómo supo que mi hermano y yo necesitábamos calzoncillos y que a los dos nos fascinan esos bellos carritos de plástico con sus lindos y encendidos colores? Son preguntas que quedan sin respuesta, pero espero que algún día encuentre la razón de ser de este misterio.

El estado de alegría continúa por dos semanas más, pero cada vez con menor intensidad, para culminar con la fiesta de los Reyes Magos que vinieron a adorar al recién nacido, precedidos por una estrella que los ha conducido hasta Belén, según dice el sacerdote de la iglesia. Otra vez mi imaginación vuela en torno a estrellas que guían personas y reinos extraños gobernados por magos que pueden comunicarse con los astros. Pero esa, esa será otra historia, porque ahora, la vida vuelve a la normalidad. Las reservas de natilla y buñuelos que habían quedado guardados en la alacena se han acabado, los visitantes han regresado a sus casas y las jornadas de desyerba de los cafetales y empradizado de potreros de comienzo de año se inician en todo su rigor. Ya para estos momentos la Navidad es solo un bello episodio más de mi vida, que queda guardado en el baúl de los recuerdos de mis años en San Gregorio.

 

Entrega 1: «Mis años en San Gregorio: Un futuro por construir»

Entrega 2: «Mis años en San Gregorio: El nido familiar».

Entrega 3:  «Mis años en San Gregorio: Mirador de cielos y cordilleras»

Entrega 4:  «Mis años en San Gregorio (Alfonso López), vistos por el niño que llevo dentro»

Entrega 5:  «Mis años en San Gregorio (Alfonso López), Encuentro con el mundo de la religión»

Entrega 6:  «Mis años en San Gregorio – Domingo en San Gregorio» 

Entrega 7: «Los aprendizajes ya no son un juego–Comienza la escuela»

Entrega 8: «Mis años en San Gregorio – Música y leyendas»

Entrega 9: «Mis años en San Gregorio –El duelo de Cosiaca y el guapo del pueblo»

Entrega 10: «Mis años en San Gregorio –El rostro avieso de la muerte»

Entrega 11: «Mis años en San Gregorio – Violencia y política»

Entrega 12: «Mis años en San Gregorio – El aprendizaje no termina»


 

Por Rubén Darío González Zapata
Nacido en la vereda La Lindaja
Corregimiento Alfonso López (San Gregorio)
Ciudad Bolívar

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