Por Lucila González de Chaves
Su capacidad de evocación es inmensa, sobre todo cuando petiza estampas pueblerinas, como las de Anorí (Ant.), donde nació en 1951.
Es imposible valorar a Piedad como excelente poetisa, sin haber leído su exclusivo poema al padre: Biografía de un hombre con miedo.
Además, es ella una maestra de la prosa: Lo que no tiene nombre es una novela-confidencia de un dolor. Una madre que comparte su pena con el lector, y lo hace con fortaleza, superación, pero ardida por la pérdida de su hijo: artista, escritor, soñador, intelectual inquieto, quien en la década de sus veinte a treinta años no pudo soportar más una existencia enfermiza convertida en un monstruo que lo acosa, lo disminuye y lo obliga a tomar una decisión drástica: Daniel se suicida en Nueva York, en 2011; tenía veintiocho años.
Donde nadie me espere, su última producción; novela incomparable sobre un hombre que ha perdido el rumbo. La autora explica: “[…] Un indigente está muy cerca de ser un animal… los deshumanizamos, y nos deshumanizamos para poder tolerarlos… hay algo ahí que es una amenaza, se salieron del orden, y eso nos asusta. Cuando uno se sale del orden todo es posible, el crimen, la locura”.
Sobre Gabriel, el protagonista que vive entre luces y sombras, dice: “Yo necesitaba un personaje con una sensibilidad especial… Me parecía muy interesante que ese muchacho no fuera un obrero de construcción sin palabras para nombrar”.
En un lenguaje exquisito, Piedad muestra la vida de un joven, llena de color, vigor, pensamiento y valores, pero vivida sin orden, sin finalidad y caótica hasta la locura.