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¿Qué legado nos dejan los buenos seres humanos?

Convertir a una persona en un símbolo no es algo que se haga simplemente para disfrutar de un nostálgico recuerdo, o para tener el placer de traer al presente escenarios de un pasado como un ejercicio de entretenimiento. En realidad, es algo mucho más profundo. En primer lugar, el personaje al que queremos llevar al pedestal de nuestra admiración es alguien que debió haber tenido una existencia de la cual se desprendió un constructivo mensaje positivo de vida. Un mensaje motivador, inspirador y, sobre todo, un mensaje portador de valores humanos de los que podemos apropiarnos, hacerlos nuestros y, en cuanto sea posible, retomar y llevarlos a la vez a límites mucho más altos de los que haya podido alcanzar nuestro personaje. Es lo que sucede con Tulia Agudelo cuando uno tiene acceso a lo que fue su existencia para extraer de ella la esencia más pura de su mensaje.

Acerca de Tulia se han dicho ya muchas cosas. Por ejemplo, sobre su voluntad de servicio, con una entrega casi mística a una labor que, con toda seguridad, debió ser sumamente ardua, sin importar el día y la hora en la que su mano fuese requerida y por la que sacrificó incluso su vida afectiva. Sobre su habilidad y lo que podríamos llamar su intuición médica, que le permitía acertar casi siempre con el diagnóstico de la condición de salud de un paciente y, en consecuencia, formular el medicamento adecuado, que podía ir desde una temible inyección hasta una sencilla bebida casera.  O sobre el respeto y la reserva profesional con los que trató a los usuarios de su botica, por encima de la condición económica y política de la persona que requería de su mano salvadora. En fin, podríamos continuar enumerando cualidades y seguramente sobre ello tendríamos muchas cosas más que enumerar, sin dejar de reconocer que tenía también sus debilidades o algo que para cualquiera de nosotros podría ser un defecto. Al fin y al cabo, ella era también un ser humano.

Hay, sin embargo, un aspecto de la vida de Tulia Agudelo que a mí particularmente me llama mucho la atención, y es el hecho de que esta enfermera se vio constreñida a ejercer su oficio en un momento en el que las condiciones sociales de San Gregorio eran especialmente difíciles para un trabajo como el suyo: la situación de violencia, que se desató con el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán en 1948, precisamente el año en el que ella se radicó en San Gregorio; violencia que, para infortunio nuestro, continuó haciendo presencia a través de varias décadas, con distintas modalidades y manifestaciones en sus diferentes etapas y con la cual debió vérselas durante los 40 años en los que ejerció su labor. Muchas veces, en la infancia ya lejana, tuve la sensación de formar parte de una comunidad abandonada por unas autoridades del Estado impotentes o, simplemente resignadas, ante unas condiciones de violencia que parecían haberse salido de control desde hacía mucho tiempo. Un mundo en el que –según mi asustadiza imaginación– la vida de mi familia, la de mis vecinos y mi propia vida dependían de la voluntad caprichosa de una mente siniestra que un día cualquiera, llevada quién sabe por qué motivos, decidiría que deberíamos morir. Recuerdo entonces que en esos momentos la menuda y serena figura de la señorita Tulia en su botica era un signo de esperanza y, sobre todo, una muestra de que, en medio de tantas personas para quienes la vida no tenía ningún valor, ella, por el contrario, era su protectora. De esa forma, Tulia aparecía ante mis ojos como el ser humano bueno que el destino había puesto en nuestro pueblo para velar por nosotros y eso me llenaba de consuelo. Una sensación que, estoy seguro de ello, compartía conmigo la inmensa mayoría de las gentes de mi pueblo y que, consciente o inconscientemente, nos llevó a todos a ver en ella a una auténtica lideresa.

Es por lo anterior que tengo la certeza de que haber logrado para la señorita Tulia el reconocimiento, muy modesto por cierto pero no por ello menos significativo, de consagrar con su nombre la calle principal de nuestro corregimiento, es, si analizamos bien las cosas, el resultado del esfuerzo de todas las gentes de San Gregorio: de quienes han escrito biografías sobre su vida; de quienes le dedican a diario sus recuerdos a través de las redes sociales; de los dos concejales que le dieron el puntillazo final a la iniciativa ante el Concejo Municipal; del mismo cabildo, que acogió la idea sin que haya habido objeción alguna por parte de sus integrantes (algo apenas lógico tratándose de Tulia Agudelo); inclusive, de todas aquellas personas (mujeres y hombres) que, silenciosamente y sin manifestaciones públicas, contribuyeron con su amor a enaltecer su recuerdo y a que este objetivo pudiera haber llegado a ser una realidad. En síntesis, el Acuerdo Municipal No. 18 de noviembre de 2024 es el resultado del esfuerzo de aquellos para quienes esta mujer fue en el pasado aún reciente la amorosa protectora de sus vidas y de su salud. Es el resultado del anhelo de esta comunidad y, por ello mismo, Tulia Agudelo es, hoy por hoy, el símbolo más poderoso de unión de todos los habitantes de San Gregorio.

 

Nos queda pendiente sólo un paso más, el cual tiene un significado de vital importancia, así se trate sólo de un acto tan sencillo como es el de poner la placa con el nombre de nuestra enfermera en un lugar estratégico de la calle que lleva su nombre. Una oportunidad más para que los líderes de nuestro corregimiento se unan en torno a la forma como este acto simbólico puede llevarse a cabo, en el cual, más que la solemnidad del mismo, lo que importa es el amor con el que todos, comunidad y líderes, lo llevemos a cabo.

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Por Rubén Darío González Zapata 
Nacido en la vereda La Lindaja 
Corregimiento Alfonso López 
(San Gregorio) - Ciudad Bolívar 


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