Entrega 33
Soñando con los abuelos
Por Rubén Darío González Zapata Nacido en la vereda La Lindaja Corregimiento Alfonso López (San Gregorio) Ciudad Bolívar
Desde que — hace ya un tiempo — salió de la familia Gil Arroyave, con la ayuda de José Félix Restrepo, la idea de hacer el trazado de la plaza, de las dos calles que tendrá el caserío y también el trazado de lotes en el llano de su finca, han pasado cosas importantes. La noticia se regó por toda la zona y ya para estos momentos está abierta la primera tienda-fonda por iniciativa del mismo Santiago Gil, en el sitio en el que, años más tarde, funcionará una cantina que se llamará El Remanso; al lado de ésta, Alfonso, otro vástago de esta familia, abrió una nueva tienda más una carnicería. Posteriormente, José Félix Restrepo abrió la tienda y carnicería, “muy bien surtida”, Nota a la que la gente le puso el nombre de La Libia. Inclusive ya una casa, que parece ser la primera que se construye dentro del nuevo trazado, está prácticamente terminada. Es una vivienda de dos pisos ubicada en el costado norte de la plaza, cuyo banqueo también está en curso.
Tal vez sean éstas las primeras construcciones que se erigieron en lo que más tarde sería la inspección de policía con el nombre oficial de Alfonso López. En primer Plano de la foto aparecen los hermanos Saulo y Aureliano Sánchez. (Foto publicada por Róguell Sánchez)
La magia de la imaginación me permite hoy soñar que me encuentro presente, un domingo del año 1933, en este sitio, el que para estos momentos es llamado indistintamente San Gregorio, La Libia (tal vez por el éxito que ha tenido la tienda con ese nombre), incluso El Filo para los que viven en las partes bajas de la región. Así, sin que nadie se percate de mi presencia, puedo observar la forma como transcurre esta jornada dominical, consciente de que estoy asistiendo a lo que fueron los albores del nacimiento de un pueblo. Aquí está la camada de los fundadores de San Gregorio; la de los abuelos, bisabuelos y hasta tatarabuelos, que constituyen la materia prima humana de la que están hechas las bases de esta nueva comunidad que, a partir de ahora, habrá de abrirse camino en la historia hasta llegar a convertirse en el San Gregorio del que trata este escrito. Están Santiago y todos los demás integrantes de la familia Gil; tal vez esté Lázaro (don Zaro), padre y abuelo de la familia Londoño; Bernardo Guerra y otros tantos integrantes del clan de este apellido; Aureliano, su hermano Saulo, más otros tantos hermanos y primos del apellido Sánchez, quienes han puesto un interés especial en hacer los trabajos de adecuación de la plaza y las calles; la familia Galeano, con dos de sus exponentes, los hermanos Miguel Antonio y Macario Herrera; Soto, el arriero; los Agudelo, los Uribe, José Zapata (mi abuelo por línea directa). La gran mayoría de las madres, los niños, las niñas y las hijas ya crecidas, se han quedado en sus casas porque este es un mundo de hombres en el que la mujer tiene un espacio muy limitado.
Los músicos son, en estos tiempos, una parte infaltable en los momentos de esparcimiento, ya sea en la tienda, en la cantina o en una velada Familiar. (Pintura de Álvaro Fernández).
La Libia, igual que las otras tiendas abiertas recientemente, están abarrotadas de clientes que, uno a uno o en pequeños grupos familiares o de vecinos, han ido llegando a vender el café recolectado y beneficiado en la semana, el que será comprado por José Félix Restrepo en su tienda, la primera agencia de café que aparece en la comarca; con el dinero recibido hacen el mercado semanal — si aún no hay café, la compra se hará al fiado para pagar con el producto de la cosecha próxima— y, de paso, disfrutan de unas horas de esparcimiento que tanto necesitan después de una semana de duro trabajo, amenizadas por un grupo de músicos que, con guitarra, tiple y lira, no paran de interpretar bambucos, pasillos, nostálgicos valses y alegres porros, lo que contribuye a hacer que el ambiente sea mucho más alegre, especialmente porque hoy hay también personas con habilidades especiales para improvisar versos: son los trovadores, que hacen las delicias de los concurrentes.
El grupo de la tienda de La Libia llama especialmente mi atención. Desde mi palco imaginario con gran interés observo el escenario en el que transcurre la chacota. Del grupo aquí reunido brotan las frases ingeniosas, las carcajadas, los sobrenombres rebuscados y las palabras de grueso calibre tan comunes en el diario hablar, en medio de un ambiente saturado por los aromas del tabaco, la cerveza y el aguardiente. En la mesa de un rincón, un grupo de hombres, cuyas mentes parecen ausentes del mundo que los rodea, desafía su suerte jugando a los dados; al final del día, tal vez el jornal de una semana de trabajo, una res, una mula y hasta una finca, se habrán esfumado de las manos de alguno de ellos en esa mesa maldita y el apaleado perdedor saldrá sin saber lo que le va a decir a su esposa y a sus hijos cuando llegue sin mercado o, peor aún, con la mala noticia de que la casa donde viven ya no les pertenece porque todo lo ha perdido. Pese a ello, él seguirá aferrado a la creencia de que en una próxima ocasión la suerte habrá de darle la revancha, porque la adrenalina que producen los dados lo ha convertido en un tahúr incurable.
Pero las tiendas, aparte de ser el sitio para hacer el mercado semanal o pasar unas horas de esparcimiento, son también una especie de centro de negocios, en los que cabezas de ganado, mulas, caballos, cerdos y hasta fincas, son bienes comerciales que se venden, se compran o se intercambian, en el ambiente cargado casi siempre de humo y licor. Uno de esos bienes que por estos días se están negociando son los lotes que Santiago Gil ha puesto en venta desde hace ya varios meses. En mi imaginación asisto, en primera fila, al cierre de la venta de uno de los lotes:
— Hombre Santiago, yo como que tengo ganas de comprarle un lote, en cuánto es que me lo podés dejar – Es Gabriel (nombre ficticio) que ha intuido que el caserío que se está formando es una buena oportunidad de negocio y, luego de hablarlo con su esposa, ha decidido invertir en lo que para él es un proyecto prometedor.
— ¡Eh avemaría, hombre Gabriel!, pues claro que sí y si le parece, vamos ya y escoge el que le guste; ¿y por la plata? vos no tenés por qué tener preocupaciones porque ahí arreglamos; yo sé que vos sos muy buena paga — responde Santiago con su estilo de vendedor y hombre curtido en los negocios.
— Hombre Santiago, pero no ve que todavía no me ha dicho cuánto vale un lote; diga a ver cuánto es, enseguida arreglamos la forma de pago y entonces vamos a mirar; yo ya le eché el ojo a uno que me gusta mucho – respondió Gabriel escogiendo bien sus palabras.
Los Gil Arroyave jugaron un papel decisivo en el nacimiento. De San Gregorio. (Foto publicada por descendientes de la familia Gil).
— Vea hombre, yo esos lotes los estoy dejando, a diez, a quince, a veinte y otros, los más grandes y que están más cerca de donde se está haciendo la plaza, a treinta pesos; me das la tercera parte p´a cerrar negocio y el resto vos mismo me decís cómo me los podés pagar —
— Hombre, que sea una quinta parte ya y el resto se lo pago con cargas de café y p’a eso me da unos mesecitos – responde Gabriel, al tiempo que abre el carriel haciendo sonar las monedas de plata que carga en sus bolsillos, para que Santiago sienta que está hablando en serio.
Y así, al terminar el día y luego de largos regateos, un nuevo negocio de venta de lotes queda cerrado y el caserío en ciernes tendrá un sitio en el que pronto aparecerá una nueva casa. También mi jornada como testigo incógnito termina por ahora, con la seguridad de que viví una experiencia que habré de contarles a los habitantes del San Gregorio del siglo XXI, para que nunca olviden cómo fueron sus orígenes.
Nota:
Este capítulo está basado prácticamente en su totalidad en el relato de Miguel A. Herrera, dado a conocer en el año de 1995.
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Por Rubén Darío González Zapata Nacido en la vereda La Lindaja Corregimiento Alfonso López (San Gregorio)