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El que haya encontrado la Naturaleza y no se haya asombrado ante ella, no merece vivir.

Augusto Ángel Maya

Cristian Abad Restrepo
Doctor en Geografía
cabadrestrepo@gmail.com

 Nombradas aquí ciertas categorías que determinan y/o orientan tanto el campo discursivo y de actuación como del “sentipensar” de las mesas ambientales en su complejidad organizativa e histórica que son: territorio, vida y ciudadanía. En ese sentido, es fundamental comprender el contenido de estas categorías y no su definición precisa y exacta, porque estamos tratando con asuntos de la intersubjetividad humana en relación a un espacio vital donde se despliega la cultura y las múltiples organizaciones de un grupo humano, que en última instancia depende de la subjetividad que se tenga de cómo concebimos la Naturaleza (Bautista, 2018). Lo anterior, hace posible que las mesas ambientales sean tan diversas, porque en última instancia están mediadas por marcos categoriales de cómo se relacionan, entienden, viven, sienten y se disputan un espacio determinado, ya sea para educar e incidir políticamente.

Estamos hablando, en definitiva, que toda categoría es política porque “producen relaciones de sentido con la realidad, permiten no sólo una visión de la realidad, sino fundamentalmente una praxis. El marco categorial es un recorte de la praxis posible o imposible en la realidad”. Por eso una categoría “está estrechamente ligada al ámbito de la política como acción, pero también de la definición de políticas tendientes a la transformación o al mantenimiento de la realidad cualquiera” (Bautista, 2018, p. 170). Si esto es así, son las categorías las que dan o no la factibilidad de un proyecto de vida, de metas, de horizonte de sentido y de transformaciones.

Mesa ambiental campesina del corregimiento de la Herradura, municipio de Armenia.

Es de suma importancia hacer esta claridad, porque en las mesas ambientales circulan diversas categorías ya mencionadas, que sólo son posibles enunciarlas cuando existen las condiciones de deterioro creciente de los ríos, de la alimentación, de la tierra y de la energía, con la cual se afecta la reproducción de lo humano y de lo no humano. En suma, toda categoría se eleva al discurso cuando somos auto-conscientes del peligro de seguir por el camino de la explotación inmisericorde de la Naturaleza y del trabajo humano (Maya, 2013). Es por eso que, como nunca antes en la historia humana se hablase tanto de territorio, de la defensa del territorio, de cuidar la Naturaleza, de profundizar la participación ciudadana, de la ciudadanía ambiental, de reconocer los ecosistemas, de la educación ambiental, de conservación y preservación de la fauna y la flora, de los ecosistemas, en definitiva, de la defensa del agua, de la tierra y de la alimentación. Porque ahora se entiende que, sin territorio se perece, sin condiciones materiales no hay vida y que sin la participación de todas y de todos, es imposible la democracia ecológica (Shiva, 2003) para enfrentar los retos civilizatorios-ambientales actuales. Sin nosotras/os (mesas ambientales) es imposible la gobernanza ambiental.

Territorios de vida.

En los diálogos establecidos con las mesas ambientales, cuando se pregunta por el territorio, viene como respuesta “es donde está y se reproduce la vida”. Esta afirmación tan elemental, que a simple vista parece básica, supone que sin territorio es imposible toda forma de vida. Y no es que se entienda solamente como soporte material, sino como espacio donde se construye y se afecta un tipo de existencia humana, sea esta campesina, indígena, afrodescendiente, urbana, migratoria entre otros.

Por eso decimos que todo territorio contiene una marca cultural sobre la materialidad viviente, se afecta y se es afectado permanentemente como un “proceso sociometabólico”, donde el ser humano pasa su energía en forma de trabajo a la tierra y la tierra le compensa y le retribuye con los alimentos, con el agua y con el aire como fuente energética para la reproducción de la vida. No es casualidad que desde varias mesas ambientales se hable de “cosechar alimentos”, de mantener la identidad campesina y la importancia de la agricultura, o de “cultivar el agua” como proteger los afloramientos de agua para su abastecimiento. Si esto es así, entonces, el territorio es donde está y se hace posible el intercambio entre el trabajo, la materia y la energía. Así mismo, aparece la frase reiterativa de “defensa del territorio”, porque lo que está en peligro y/o amenaza es la vida como trascendencia. Es decir, donde está el pasado, el presente y futuro de una comunidad. En definitiva, el territorio es donde está el intercambio de trabajo, materia y energía que se transfiere de pasado a presente y se intenta mantener en el futuro de una comunidad viviente. Esa es en buena medida, la visión material-simbólica del territorio que tienen las mesas ambientales. Por eso el territorio es cultivado, cuidado y defendido como lo más trascendente en la actualidad. Lo otro son herramientas para la defensa del territorio. No es que las mesas ambientales lo nombren y enuncien de igual modo como se tematiza aquí, sino que comprenden este sentido profundo y tejido entre territorio y vida.

Mesa ambiental del Municipio de Caldas.

Siguiendo este parecer, el territorio es una categoría política por excelencia porque no está por fuera del poder. Implica, siempre, un acto o una práctica de una comunidad que defiende y vela por el mantenimiento de los ciclos vitales su existencia. Dicho de otra forma, el territorio “es una modalidad practica de aprehensión del espacio geográfico por parte de sociedades humanas” (Machado, 2015, p. 176), pues siempre deviene en una apropiación semiótica, representacional y discursiva.

Cuando se dice que el “territorio es donde está la vida”, se está planteando que existe un espacio geográficamente estructurado y políticamente construido por una colectividad humana o grupo social. La reivindicación y defensa del territorio por parte de las mesas ambientales, está dentro de esta estructuración espacial porque se quiere “administrar, delimitar, nominalizar, clasificar, distribuir modos de uso del suelo, de habitación y defensa territorial (Ibid, p. 176). En definitiva, quieren producir un tipo de habitar humano que esté en consonancia con la reproducción y desarrollo de una comunidad, porque está quedando cada vez más claro que el tipo de sociedad que ha instaurado la modernidad y el modelo económico capitalista es irracional per se, porque destruye las fuentes de vida y que, las mesas ambientales han ido mostrando paso a paso dicha irracionalidad en la medida que comprenden las contradicciones entre capital y vida. Cada vez se tiene una mayor conciencia de esto.

De allí, que las mesas ambientales tengan como objetividad política la idea de límite de las cosas, porque si se sobrepasa el límite es imposible la reparabilidad ecosistémica. En eso consiste la política, el arte de poner y de definir límites (Porto Golçalves, 2012). La ciudadanía sería, entonces, precursora de poner los límites a través de un ejercicio de participación que incida en las dinámicas territoriales y ambientales, es decir, es la llamada a establecería nuevas configuraciones territoriales para el mantenimiento de la vida.

Participación ciudadana: arte de poner límites en los territorios.

Queremos retomar varias voces de las mesas ambientales para constatar, no solamente nuestra hipótesis de que el ejercicio de la ciudadanía está estrechamente relacionado con el arte de poner límites, sino de crear y mantener los territorios de vida.

“Definitivamente le apuesto a la participación ciudadana, porque un ciudadano capacitado tendrá la capacidad de exigir ante el poder con argumento”, Anónimo, Bajo Cauca.

“Hay que inculcarles a estos niños que están interesados en el espacio de la mesa ambiental a proteger nuestros recursos y fomentar en ellos la participación» Lina Zapata de la mesa ambiental de Ebejico.

“… los intereses de las empresas, entidades u organizaciones competentes parecieran ser más importantes dado que estas imponen sus normas y sus visiones de sus límites. Los limites debería de hacerse con la participación ciudadana, ese es el verdadero límite, porque dentro de este sistema capitalista, pareciera que, aunque se entienden los límites, no se elaboran en pro del beneficio de las comunidades. La construcción de estos, debería ser más por consenso, que nos den más herramientas como comunidades de cómo lo afectaría una empresa u organización, analizar la relación con el otro. Esto tiene que hacerse por consenso para no afectar al pueblo, que contribuya al cambio y fortalecer las necesidades, no crear nuevas afectaciones. Aquí el problema es que las normas las impone un actor. Eso es antidemocrático desde cualquier punto de vista, dado que a la comunidad no se le permite establecer los límites, sin embargo, se debe entender que sus normas no son nuestros límites de vida…» María Camila de la mesa ambiental de Amagá.

Estas frases son fundamentales porque reflejan dos sentidos para los propósitos que queremos aquí. 1) que la ciudadanía tiene como objetivo exigirle al poder sobre sus actuaciones y proteger la base natural de vida y 2) el establecimiento de consensos donde prime el “criterio de vida” por encima del criterio de la acumulación de capital, donde los consensos políticos se hagan con la participación de todas/os. Es decir, donde se establezcan límites consensuados de cómo debemos gestionar el patrimonio ambiental, cómo debemos ordenar el territorio, cómo todas/os se ven en relación al desarrollo, dado que estamos transitando de la gobernabilidad sobre los ecosistemas, que sería la visión tradicional que consiste en que esto se hace y no hay discusión, a la gobernanza ambiental donde hay una amplia participación para decidir sobre los bienes comunes de todos. Existen muchas formas de nombrar esta intencionalidad ciudadana como ciudadanía ambiental, gestión ambiental participativa, democracia ecológica etc. Aquí lo importante, es que cada vez más se abren espacios de participación ciudadana para “contener el poder, cuidar y defender el territorio y consensuar los límites de todo tipo de intervención”. Ese es quizás el contenido categorial de la ciudadanía del siglo XXI. No puede ser otro. En las mesas ambientales se avanza con este contenido que está entre las voces de los integrantes de estos espacios.

Ahora bien, cuando se pide más participación, más fortalecimiento, más control y seguimiento ciudadano, entonces queda claro que, cuando no hay “ciudadanía ambiental”, se arrasa con todo, se destruye todo porque no hay una toma de auto-conciencia de los límites frágiles que sostienen la vida. Dicho de otra forma, no hay un contrapeso. Así, el contenido categorial de esta ciudadanía se construye teniendo como criterio la vida y dentro de ese límite, que es la vida misma, incide en todo instrumento de planeación territorial que la afecte, porque no toda planeación se hace por conceso, ni mucho menos participativamente. O peor aún, no toda planeación se hace pensando en la vida, sino en el desarrollo capitalista sostenible. En definitiva, la ciudadanía es un performance participativo y de incidencia en los POT, PGIRS, PMAP, POMCAS, PDM, PMGR, PORH, POTA entre otros.

Así, toda intención que venga de la ciudadanía debería o tiene como finalidad mantener la vida misma y en ella se agota. Para eso se despliegan acciones y prácticas en los territorios, estrategias de convergencia (redes) y encuentros sociales entre grupos humanos, donde debaten, hacen lecturas de los contextos y coyunturas políticas, analizan los mecanismos más óptimos para actuar y se forman en técnicas, adquieren pedagogías, identifican la contradicción ambiental y calculan sus actuaciones. En definitiva, la ciudadanía se vuelve estrategia política para cuidar la vida. Por eso decimos que toda ciudadanía es activa en sí.

Concluyendo con este ejercicio para pensarnos en red, las ciudadanías ambientales tienen que saber que “no se puede encontrar respuestas técnicas a un problema que es de pensamiento y de racionalidad. El que ignore esto no está comprometido con la vida, a pesar de sus buenas intenciones, que de seguro nos llevaran por el camino del desastre y del colapso ambiental. Sólo es posible transformar este sistema de muerte cuando nos pensemos con la tierra, cuando nos hagamos las preguntas materiales que nos determina como cuerpos y cuando meditemos y tematicemos nuestro pensar. Sólo ahí, cuando esto emerja, podemos avanzar en la autonomía territorial, en procesos de auto-gestión comunitaria, en la profundización de la participación ciudadana. Cuando eso suceda nos estaremos poniendo de pie y de frente a los retos del presente siglo y de la realidad ambiental. De resto, seguiremos cosechando más de los mismo. Nos adaptamos a la visión fatalista del mundo, de la resignación y de la sinrazón.

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