En abril, mes de la niñez, celebramos la fuerza, la ternura y la capacidad infinita que tienen las niñas y niños para transformar el mundo. En el Suroeste, como un arcoíris después de la lluvia, hay niñas y niños que iluminan con su presencia, sus sueños y su determinación. María Antonia es uno de esos colores vivos: una niña arcoíris que nos recuerda que todo es posible.
En la sala, doña Marta peina con ternura a su hija María Antonia, preparándola para la entrevista. Con una sonrisa dulce y un álbum de fotos en las manos, se presenta orgullosa:
“Soy María Antonia Ramírez Parra, tengo nueve años y medio. El 25 de julio cumplo diez -dice mientras señala su primera foto-. Mis ojos se parecen a los de mi papá, mi nariz y mi boca a los de mi mamá”.
Sus padres, Marta Nelly Montoya y John Freddy Ramírez, comparten una historia de lucha silenciosa y esperanza. Se casaron hace 25 años, nacidos y criados en Palermo, Támesis, y durante los primeros 15 años de matrimonio enfrentaron un diagnóstico que les cambió la vida: él tenía varicocele, una afección que comprometía su fertilidad. Buscaron soluciones. Intentaron inseminación artificial, valoraron la adopción y enfrentaron cirugías, exámenes y muchos silencios médicos. Durante todo ese tiempo, doña Marta nunca perdió la fe:
“Desde que nos casamos supe que iba a tener una hija, y se iba a llamar María Antonia”.
Luego de múltiples procedimientos, doña Marta quedó embarazada por primera vez. Sin embargo, la alegría fue efímera: perdió al bebé al mes de gestación. Aunque el dolor fue profundo, también fue el inicio de un nuevo camino.
“Me dijeron que esperara seis meses para volver a intentarlo. Pero yo dije: ya quedé una vez, vuelvo a quedar”.
Y así fue. María Antonia llegó sin aviso, mientras su madre viajaba en moto entre Palermo y Medellín, trabajando, sin sospechar que estaba embarazada de nuevo: “ya llevaba un mes con ella montada en moto, y ni cuenta me había dado, recuerda entre risas”.
Esta vez, el milagro se aferró a la vida. María Antonia fue creciendo fuerte, deseada y cuidada con esmero. Se enteraron de que era niña a los cinco meses, y fue entonces cuando comprendieron que su nombre, guardado durante años, por fin tenía rostro.
“Yo soy una niña arcoíris”, explica María Antonia. “Cuando una mamá pierde un bebé y luego nace otro, ese bebé es un arcoíris, porque llena el huequito que quedó”.
El parto fue complicado. Tras tres días de trabajo de parto, doña Marta fue sometida a cesárea debido a una preeclampsia severa. María Antonia tenía el cordón umbilical enredado en el cuello, lo que impedía su descenso. “Nos dijeron: si no se vienen ya para Medellín, usted y la niña se mueren en tránsito”.
El nacimiento fue un momento de tensión y gloria. La niña fue llevada a neonatos inmediatamente, y aunque estuvieron cinco días separados, doña Marta no dejó de sonreír.
“Mi mamá es muy guerrera, muy trabajadora. Atiende la tienda, recicla, nos cuida y nos da mucho. Mi papá también es muy trabajador. Él hace viajes, ayuda en el reciclaje, y trabaja mucho por nosotras, los amo a los dos”, indica María Antonia.
A María Antonia le encanta estar ocupada. Su rutina está llena de actividades que disfruta: estudia en la I.E. Rural Santiago Ángel Santamaría, está en quinto de primaria y afirma con una gran sonrisa que le va súper bien. Se considera buena estudiante porque sus calificaciones son altas. Sus materias favoritas son educación física, matemáticas y artística. Las que menos le gustan son ciencias naturales, porque usan términos muy técnicos, y tecnología, ya que a ella y a sus compañeros no les agrada estar tanto tiempo frente a un computador, eso nos dijo.
También va a la Escuela de Música, y los miércoles, su día libre, se queda en casa cuidando a su hermanita Danna Julieta mientras sus padres trabajan. Sueña con ser alguien en la música, sacar adelante a su familia y ayudar a quienes no tienen tanto apoyo. Tiene un violín pequeño que cuida con esmero. Aunque le falta una cuerda, quiere repararlo para enseñar a otras niñas y niños que deseen aprender, pero que no tienen acceso a clases ni profesores de música. Dice con convicción:
“Yo les enseñaría con este violín pequeño cómo se coge el arco, cuáles son las posiciones, las notas… Ojalá se me cumpla ese sueño.”
Habla con conocimiento sobre su instrumento favorito: menciona la importancia del afinador ,“cuando marca verde es porque está en el punto exacto” y la colofonia, “esa cerita que hace que el arco suene más bonito, más celestial”.
Además, acompaña como acólita en la iglesia los sábados a las 4:00 p. m. y los domingos desde las 11:00 a. m. hasta las 6:00 p. m. Explica que los acólitos son quienes llevan el cáliz y el vino al padre. Comenzó hace apenas unos meses, pero ya lo hace con mucha emoción, especialmente ahora en Semana Santa. A María Antonia también le encanta modelar. Dice con orgullo que participó en Expobelleza en Plaza Mayor y que fue una experiencia maravillosa: conoció gente nueva, nuevos lugares y se sintió muy halagada. Doña Marta, su mamá, recuerda con ternura ese momento:
“Ella modelaba, le tomaban fotos, caminaba por todos los stands… hasta hizo llorar a una señora”.
Aquella señora se conmovió con una frase que María Antonia escribió en un mural:
“Tengo coraje para ser feliz y hacer feliz a los demás”.
También se animó a declamar un poema en tarima, durante las Fiestas del Cacao en Támesis. El poema lo escribió para su abuela, a quien no conoció:
“Tú eres mi sangre, mi vieja… aunque no estés, siempre estarás en mi mente”.
Doña Marta lo cuenta emocionada: “lo dijo fuerte, delante de mucha gente… y sin nervios. Esa es ella, una mujer grande en cuerpo de niña, como le dijeron una vez”.
Mientras revisa su álbum, María Antonia comenta:
— “Esta fue de mis cuatro años, mi primer Halloween… un conejito con su zanahoria.”
— “Este otro fue en 2016, mi segundo Halloween… y este de 2019, cuando ya estaba más grandecita”.
— “Aquí está mi hermanita. Le hice una dedicatoria a mi mamá para el Día de la Madre: Eres lo más importante de mi vida… deseo que vivas un hermoso día hoy y siempre”.
También nos muestra fotos con sus primas Valentina y Laura, cuenta que una tiene su misma edad y la otra ya tiene 14. En otra imagen recuerda su primer año junto a su papá, una fiesta, una sesión de fotos de su mamá… y hasta un moño que ella le puso en el cabello. Todo su relato está lleno de amor y nostalgia.
La casa de María Antonia y su familia está llena de color, muñecos y juguetes. En el cuarto de doña Marta hay un cuadro muy especial: “cuando supimos que estábamos embarazados, mi esposo mandó a pintar este cuadro… en honor a la maternidad, al cuidado y, sobre todo, al amor y el hogar”.
María Antonia tiene un pensamiento muy claro sobre la humildad:
“Por más lujos, joyas o dinero, no nos podemos creer más que los demás. La humildad es apoyar sin esperar nada a cambio. El apoyo para crecer juntos es indispensable”.
Doña Marta la escucha con orgullo y comenta: “hace poquito se ganó un 50 % en religión por describir perfectamente la palabra humildad”.
Ella define a su hija como una niña con un alma fuerte, que no se deja apagar por nada. Entre risas y admiración, ambas concluyen:
“Juntas somos muy fuertes, y entre todos somos imparables.”