Siempre que pienso en la cultura en Amagá, además de la música, pienso en el teatro. En mis años de escuela, por la década de 1990, disfrutaba de los “Viernes culturales” en la mediatorta del parque donde se presentaban, además de las fonomímicas y bailes, las llamadas dramatizaciones. Veíamos en escena a valientes que, como podían, se aprendían un parlamento para recitarlo también como podían delante de decenas de personas que buscaban un plan distinto al finalizar la semana.
Estos mismos valientes debían ser recursivos para resolver lo relacionado con el vestuario, la puesta en escena o el sonido. Hacer teatro en Amagá en esos primeros tiempos no implicaba, necesariamente, una preocupación más allá de la risa del público.
Por esos mismos años se empezó a crear escuela. Recuerdo especialmente el trabajo del profesor Carlos Arturo Álvarez con quien supimos que el teatro exigía de preparación, de formación física e intelectual. Esto fue por los años en que la profesora Norela Lora era la directora de la biblioteca municipal (en ese entonces no había casa de la cultura). La propuesta del profesor Álvarez, estoy seguro, dejó huella en muchos de nosotros, así no hayamos continuado en el mundo del teatro.
El proceso de formación de este profesor permitió que una noche se presentara en el auditorio de la Normal -ya no en la media torta del parque, junto con los bailes y las fonomímicas- una obra de teatro que tenía como tema central la tristemente célebre tragedia de Villadiana ocurrida el 14 de julio de 1977. Creo que por primera vez en la historia del pueblo se disponía de un auditorio para que la gente fuera a ver teatro, a sentir el efecto de la combinación de parlamentos bien recitados, juegos de luces, música y una puesta en escena que nos conmovió realmente. Vale decir, también, que la función logró llenar el auditorio; y el público pagó por ver teatro.
Pienso en la relevancia de esa obra y de todo lo que movilizó para la historia del teatro en Amagá: un proceso de formación de actores, una nueva locación para apreciar la representación, publicidad y un público curioso que, estoy seguro, ya no esperaba sólo risas en el momento de comprar la boleta para entrar a la función.
Como muchos otros talentos del municipio que se han ido, también el profesor Carlos debió irse. No obstante, pienso que el teatro no volvió a ser lo mismo en el pueblo. Para todos era claro que una cosa eran las dramatizaciones que veíamos los viernes en la mediatorta y otra cosa era el teatro. Creo que esa claridad impulsó el trabajo del grupo de teatro Hoja suelta que formó y dirigió Juan Mauricio Henao con el auspicio de la Biblioteca Municipal.
En una línea de trabajo similar a la inaugurada por Carlos Arturo Álvarez, este grupo conformado por jóvenes de la Normal y el Liceo representó al municipio en varias ocasiones en festivales y encuentros teatrales y, si bien construyó obras para el divertimento de los niños y jóvenes de escuelas y colegios, incluso para el público de los viernes culturales, también formó un público para el teatro de auditorio. Recuerdo especialmente una obra sobre el SIDAy otra llamada La ceremonia de los por qué, ambas presentadas en el auditorio de la Normal. Creo que lo que caracterizó el teatro de Hoja Suelta fue su interés educativo. Tanto la obra sobre el SIDA como La ceremonia de los por qué pueden dar fe de ello.
Quiero hacer énfasis en las implicaciones de presentar la obra en el auditorio. Para llegar ahí, al auditorio, el grupo debía construir la obra, prepararse, pensar el montaje, conseguir permisos y equipos de luces y sonido, hacer la publicidad, en fin, se trataba de algo serio, comprometido. Había conciencia en el grupo acerca de que lo que estaban haciendo era arte y que quienes irían de espectadores no sólo pagarían -una cifra simbólica generalmente- sino que apreciarían.
Con una clara intención de hacer teatro, no simples dramatizaciones, aparece el trabajo de Deison Zapata y Julián Urrego en el tiempo que trabajaron juntos en la Casa de la Cultura, en lo que llamaron Colectivo Artístico Amagá. Vale mencionar esta cooperación dado que de ese proceso emergió el interés de algunos jóvenes del municipio por formarse como actores. Llama la atención de este periodo la incursión del grupo de teatro en formatos como el performance o el teatro de calle. Cada profesor, en cada época, imprime algo nuevo en el proceso de consolidación del teatro en el pueblo; ese “algo nuevo” da pie a transformaciones, a nuevas maneras de hacer y recibir el teatro.
Merece especial mención la labor del Taller de Experimentación Teatral Hogar Juvenil Amagá, coordinado por Julián Urrego, cuyas dos obras más recientes vale recordar en esta memoria -subjetiva, por supuesto- que intento reconstruir. Felisa y el azafrán y El baño de los marginados no son valiosas sólo por el hecho de que unas de ellas nos haya representado en un festival en Argentina, sino porque son el resultado del proceso de posicionamiento del teatro en el municipio.
El trabajo del Taller es relevante por la función que cumple en la formación de los estudiantes del Hogar Juvenil Campesino y Minero de Amagá, por las apuestas que hace a la formación de actores, por el carácter colectivo de las composiciones, por el impulso a la escritura dramática, por la calidad de la puesta en escena, entre muchos otros factores.
No veo grave afirmar que el Taller de Experimentación Teatral representa un momento crucial de la historia del teatro en Amagá. Atrás han quedado las dramatizaciones y se ha dado paso a un teatro por el que la gente compra entradas, se prepara y participa. Se trata, a mi modo de ver, de un teatro que desafía al público y le plantea retos. Los temas y las puestas en escena desafían a los espectadores, les proponen preguntas. Este ya no es un teatro ingenuo; hoy más que nunca el director y sus actores tienen conciencia de que lo que están haciendo es arte y que, como tal, merece ser valorado.
Julián Urrego y el Hogar Juvenil se la han jugado por una práctica teatral autónoma desde el punto de vista institucional, pero profundamente comprometida con la historia del municipio y con sus problemáticas (las actuales, las antiguas y las que nunca desaparecen).
Detrás de los elaborados vestuarios y los cada vez más precisos juegos de luces, de la música y los libretos provocadores y críticos, está el propósito de vincular el arte a la vida en una perspectiva muy cercana, me atrevo a decir, a la del recordado dramaturgo alemán Bertolt Brecht. Lo importante es reconocer que para llegar a la claridad de este propósito se requirió de la experiencia que escuetamente traté de reconstruir.
Sin embargo, pienso que espacios de formacióncomo el Taller de Experimentación Teatral deberían ser potenciados y no vulnerados por las administraciones de turno. Los espacios para la cultura, para la formación en la cultura, no deben ser la excepción sino la norma en la vida de una comunidad. Es lamentable que en Amagá no exista otro espacio para el teatro, que el movimiento se encuentre detenido, que la cultura no esté realmente en las agendas de los gobiernos.
Hay que volver al teatro; requerimos el apoyo para hacerlo. Necesitamos el apoyo para que más jóvenes tengan la experiencia de formarse como actores, para que más personas se puedan conmover en una función, para acceder a otras comprensiones sobre la historia y las problemáticas del municipio.
Recordar estos momentos de la historia del teatro en Amagá propicia al mismo tiempo alegría y una especie de sinsabor. La alegría de constatar en retrospectiva todo lo que se ha hecho, todo lo que ha cambiado y, al mismo tiempo, el sinsabor ante la incertidumbre del panorama actual.
Que sea esta la oportunidad para agradecer a quienes han trabajado y trabajan por la cultura y el teatro en el municipio, y para recordar que necesitamos la cultura, necesitamos el teatro; sin ello estamos condenados al fracaso como sociedad, a la violencia y a la ignorancia.
*Sobre el autor: Jefe del Departamento de Enseñanza de las Ciencias y las Artes, Facultad de Educación, Universidad de Antioquia. Estudiante del Doctorado en Literatura, Universidad de Antioquia