El virus, el miedo y las palabras

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Aprendamos con la maestra


Por Lucila González de Chaves
lugore55@gmail.com

El catedrático español, Javier Lascuráin, director general de la Fundéu BBVA, ha opinado en muchas ocasiones sobre la situación actual que padece el mundo a causa de un enemigo implacable. Resumo algunos de sus conceptos:

En la lucha contra un virus y su propagación solo cabe confiar en la ciencia: las vacunas, las medidas de prevención, la eficacia de los sistemas de salud… En esa batalla de poco sirven las palabras.

Pero si de lo que se trata es de luchar contra el miedo (y buena parte del fenómeno que vive el mundo en estos meses es una acumulación de temores), las palabras no solo son importantes, son fundamentales… el lenguaje juega un papel crucial en el modo como afrontamos este asunto.

La Organización Mundial de la Salud conoce la importancia de elegir bien el nombre que se da a una nueva enfermedad. Por eso decidió bautizar esta como COVID-19, un acrónimo de coronavirus, es decir, de enfermedad del coronavirus.

Trata de esa forma de poner coto a otros nombres informales que ya se estaban extendiendo y que apuntaban directamente a la zona en la que se detectaron los primeros casos (neumonía china, fiebre de Wuhán…).

No se trata de «minimizar los impactos negativos de los nombres de enfermedades en el comercio, los viajes, el turismo, el bienestar animal y evitar ofender a ningún grupo cultural, social, nacional, regional, profesional o étnico».

Los nombres deben ser cortos y fáciles de pronunciar, sin términos que provoquen un miedo injustificado (mortal, letal, fatal…); evitar nombres de zonas geográficas, personas, especies animales, colectivos profesionales o culturales. 

Parece que han dejado de usarse las expresiones que apuntaban a China… Lo recomendable para designar la enfermedad es usar el acrónimo que propone la OMS (COVID-19) o su desarrollo ‘enfermedad del coronavirus’, pero no: coronavirus a secas. 

En una búsqueda en Google, la denominación oficial COVID-19 es muy inferior al de coronavirus. ¿Por qué? Las razones pueden ser varias, una de ellas es el círculo vicioso que forman los medios, los buscadores de Internet y los lectores.

¿Epidemia, pandemia o PHEIC?

El uso de los términos epidemia y pandemia ha causado cierta confusión y ejemplifica bien cómo a menudo las palabras significan una cosa en el uso general y otra en el especializado.

Con los diccionarios en la mano (incluso el de términos médicos de la Real Academia Nacional de Medicina de España), -dice el académico- una pandemia es una ‘una epidemia de una enfermedad transmisible que afecta a un amplio número de individuos y se extiende por diversos países en distintos continentes’. A la luz de esta definición, la situación actual parece encajar bien en esa denominación.

Pero una cosa son las definiciones de los diccionarios y otra la utilización técnica de los términos. La OMS es más restrictiva (quizá una vez más para evitar términos que contribuyan a extender el miedo) y considera que solo hay una pandemia si la enfermedad se ha extendido a todos los continentes; decidió calificarla como ‘emergencia de salud pública de preocupación internacional’, PHEIC, por sus siglas en inglés.

Psicosis, histeria, paranoia… 

Las noticias sobre este asunto copan los espacios informativos e influyen decisivamente, con su lenguaje y su modo de enfocar la información, en la percepción que los ciudadanos tienen sobre la enfermedad, su expansión y las reacciones sociales que se generan en estas situaciones.

Y entran en juego los términos contundentes que se ven en los titulares: histeria, psicosis, paranoia… 

El empleo de estas expresiones plantea algunas cuestiones desde el punto de vista del lenguaje en los medios de comunicación.

La primera es que se están utilizando nombres de enfermedades mentales para describir lo que está pasando. Lingüísticamente hablando, cabe pensar que se trata de extensiones metafóricas….

También es necesario reflexionar con responsabilidad, a la hora de establecer la gradación de los calificativos, en una situación como la actual. 

Si ante los primeros casos de una enfermedad como la COVID-19 empleamos histeria, psicosis o paranoia —saltándonos de un plumazo la inquietud, la preocupación y hasta el temor—, habremos agotado de una vez los calificativos mayores y no nos quedará más remedio que emprender una huida hacia adelante en busca de palabras aún más rotundas.

Palabras de esas que no solo no sirven para detener los virus, sino que contribuyen a que el miedo se expanda con una virulencia mayor que la de la propia enfermedad.

Es necesario agregar que sí es verdad que la salud mental se ha deteriorado y ha llegado a efectos dolorosos y fatales. Y este estado interior no es gratuito.

Pensemos en: el desempleo, la falta del salario y de las entradas fijas, la merma de la economía familiar, los desajustes fuertes por causa de las situaciones en las que se va desarrollando la educación, el teletrabajo sin refuerzos emocionales, sin pequeños espacios para compartir una taza de café con los compañeros, sin las comodidades de una oficina y con la soledad física e interior de nueve o diez horas seguidas, atados a una silla.

Y, además y muy importante, lo que representan la desazón y rebeldía para aceptar las decisiones que han de alejarnos del contagio, la incertidumbre frente a la propia salud y la de familiares y amigos, la fortaleza interior que se va deteriorando, porque la espera ya no es una esperanza sino un enemigo muy cercano al miedo, etc., etc.


Por Lucila González de Chaves
lugore55@gmail.com

 

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