Mis años en San Gregorio – El rostro avieso de la muerte

Comparta esta noticia

Mis años en San Gregorio (Alfonso López), vistos por el niño que llevo dentro


Entrega 9

Por Rubén Darío González Zapata
Nacido en la vereda La Lindaja
Corregimiento Alfonso López (San Gregorio)
Ciudad Bolívar

¡La Muerte!, ese personaje siniestro por el que siento tanto terror, forma parte de un mundo oscuro e inquietante, porque en mi imaginación es la puerta a través de la cual pasamos el umbral que nos separa de esta dimensión en la cual vivimos y nos movemos, para llevarnos a la inquietante dimensión del más allá, tan incierta aún para mi escasa capacidad de entender en toda su magnitud el significado de esa otra realidad. Por esta razón, a ese tenebroso esqueleto que viaja por montañas y ciudades, guadaña en mano, buscando vidas para cegar, con su escalofriante mueca de risa congelada pegada a la calavera, he decidido mantenerlo alejado, allá donde no forme parte de mi entorno ni de mi vida familiar, en un sitio en el que no pueda perturbar mis alegrías y mis sueños.

Pero esto acaba de cambiar y de la manera más dramática que jamás hubiera podido imaginar un niño de apenas 7 años, mi edad aproximada en este momento. En efecto, hoy domingo, por alguna razón que no me explico, llego a San Gregorio sin la compañía de mamá y de mis hermanos, y al llegar, escucho la terrible noticia: mi compañero de escuela, aquel con quien jugaba, con quien hacía tareas y bromas, a quien llamaré Dorian… ¡ha sido asesinado! Dicen los adultos que el niño recibió el impacto de un arma de fuego que le quitó la vida, al parecer por un error, pues la bala seguramente no era para él. Siento que, por primera vez, ese siniestro personaje, la Muerte, que me he empeñado en mantener alejado de mi vida, está aquí cerca, mirándome directamente al rostro con su mueca macabra. Asesinar a una persona, ¡a un niño! ¿Cómo soportar semejante tragedia?

A Dorian lo están velando en una casa aquí en la plaza y siento la necesidad de ir a verlo, pero llegando a la puerta de entrada un terror incontrolable que paraliza todo mi cuerpo me impide avanzar, así que decido mirar el féretro desde afuera a través de una ventana, desde donde tengo a la vista la larga y tenebrosa caja de madera dentro de la cual este amigo se va para siempre. Imposible describir la mezcla tan compleja de sentimientos que me abruman: tristeza, miedo (¡mucho miedo!) y, sobre todo, esta profunda incertidumbre frente a un mundo de adultos cuya lógica encuentro ahora tan incomprensible. Sumido en estos pensamientos, siento que no ver directamente el rostro ya sin vida de Dorian tal vez sea mejor, así solo lo recordaré cómo era en vida: alegre y divertido.

Mientras tanto, a mi alrededor solo adivino tristeza y desconsuelo. San Gregorio, en otros momentos tan alegre y tan festivo, hoy, cubierto por una fina y deprimente manta de neblina que lo invade todo, me parece un pueblo extraño y desolador y en los rostros de las personas se hace evidente una sensación de dolor imposible de ocultar. La música, que en otras circunstancias estimula mis sentimientos románticos y me causa tanto placer, es en estos momentos una insoportable carga que me aplasta y aumenta mi tristeza. A mis oídos parece llegar el sonido de una canción a bajo volumen proveniente del Remanso: Triste domingo con cien flores blancas… ¡Ese tango suena tan triste! ¿Por qué me siento tan solo? ¿Dónde estarán mis hermanos y mi madre?

Día-de-niebla-y-de-tristeza-Foto-Juan-D.-Herrera.jpg

Las campanas de la iglesia están doblando y con su sonido, lento y melancólico, nos dicen que, dentro de breves momentos, luego de un acto religioso en la iglesia, el cuerpo de Dorian será llevado a ese sitio, igualmente desolador y terrorífico, que es el cementerio, para ser enterrado en medio del dolor de su familia y de todo el pueblo. Pero, una vez más, me siento incapaz de acompañar a mi amigo, así que, en compañía solo de su memoria y de mi insoportable soledad, buscando el refugio de mi hogar, emprendo el camino de regreso a casa por la ruta de Aguas Frías.

A lo largo del camino, el recuerdo de Dorian no me abandona. Lo veo jugando con nosotros, sus compañeros de escuela, alegre y despreocupado, o ayudándonos mutuamente en alguna tarea escolar. Sumido en estos recuerdos llego por fin al sitio más oscuro y lúgubre del camino: el monte en el que termina la finca de Heraclio Uribe, un lugar de densa vegetación, cubierto por una espesa arboleda que, por lo cerrada que es, impide la entrada de los rayos del Sol.

Ya dentro del tenebroso bosque todo a mi alrededor se torna cada vez más inquietante y hasta el sonido monótono de la pequeña quebrada y el leve susurro del viento, no hacen más que acentuar la sensación de soledad que me embarga; los recuerdos de Dorian son cada vez más intensos, casi lo siento a mi lado, lo que me llena de un terror insoportable y me obliga a agilizar el paso hasta acercarme — ¡oh alivio! — a la alambrada donde comienza el cafetal de la finca de los Restrepo. Ver la luz del Sol de nuevo me tranquiliza un poco, así que me dispongo a pasar, con gran aprensión, el alzapié que me pondrá definitivamente fuera del miedoso bosque que va quedando atrás. Entonces, una leve sensación de que alguien hala suavemente de mi camisa por la espalda me impulsa a correr con toda la energía de que soy capaz. Es un impulso superior a mis fuerzas, que me lleva a querer huir de ese lugar, y quizás también, huir de mis miedos, de mis temores, de mis angustias y, sobre todo, de esta terrible desesperanza.

Ya alejado de aquel siniestro bosque, tengo la serenidad para reflexionar sobre la mala jugada que acaba de hacerme mi imaginario … ¿o, tal vez, mi amigo ha querido darme una señal de despedida?

Nota:

El caso de la muerte de Dorian fue algo que marcó emocionalmente mi vida y es una tragedia de cuya memoria jamás me he podido desprender, no solamente por haber sido el primer caso de muerte violenta que me tocó vivir de cerca, sino también por tratarse de uno de mis amigos de escuela con el que tenía una muy buena relación de compañerismo. Posteriormente, y siendo niño aún, tendré que vivir otros casos de violencia que tocaron a vecinos e inclusa a la misma familia, los que, desde luego, también me afectaron profundamente en su momento y sobre los que jamás he podido encontrar una explicación razonable. Cosas como éstas me han llevado a ser un profundo y decidido enemigo de la violencia en todas sus manifestaciones, como forma de solucionar cualquier conflicto, por difícil que ésta parezca.

Entrega 1: «Mis años en San Gregorio: Un futuro por construir».

Entrega 2: «Mis años en San Gregorio: El nido familiar».

Entrega 3:  «Mis años en San Gregorio: Mirador de cielos y cordilleras»

Entrega 4:  «Mis años en San Gregorio (Alfonso López), vistos por el niño que llevo dentro»

Entrega 5:  «Mis años en San Gregorio (Alfonso López), Encuentro con el mundo de la religión»

Entrega 6:  «Mis años en San Gregorio – Domingo en San Gregorio» 

Entrega 7: «Los aprendizajes ya no son un juego–Comienza la escuela» 

Entrega 8: «Mis años en San Gregorio – Música y leyendas»

Entrega 8: «Mis años en San Gregorio – El duelo de Cosiaca y el guapo del pueblo»


 

Por Rubén Darío González Zapata
Nacido en la vereda La Lindaja
Corregimiento Alfonso López (San Gregorio)
Ciudad Bolívar

Comentarios
Comparta esta noticia