Mis años en San Gregorio – Violencia y política

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Mis años en San Gregorio (Alfonso López), vistos por el niño que llevo dentro


Por Rubén Darío González Zapata
Nacido en la vereda La Lindaja
Corregimiento Alfonso López (San Gregorio)
Ciudad Bolívar

 

Así como se ve ésta, muchas casas quedaron abandonadas como consecuencia de La Violencia.                           Fotografía/ Vídeo Las Acacías- Jaime Orlando Camelo Jara

 Por estos días las fincas de papá José y la de los Restrepo se han beneficiado de un cambio importante: ¡ahora cuentan con luz eléctrica!, y todo por iniciativa de mi abuelo; un lujo que nunca imaginé tener, ya que, hasta este momento, el único sitio que ha contado con energía eléctrica, producida por una planta activada por un motor Diesel, es el caserío de San Gregorio, y solo por horas. El trabajo consistió en desviar parte del agua de la pequeña quebrada que nace allá arriba en la finca de José Toro, a su paso por la parte baja de la propiedad del abuelo, para canalizarla hacia un tanque, desde donde ésta, bajando a mucha presión por una tubería, pone a girar rápidamente una rueda que llaman Pelton, conectada a un aparato llamado dinamo, el que, al ponerse a su vez en movimiento, genera la energía eléctrica. Una vez cumplida su misión, el agua regresa a su cauce original para seguir su curso. El experto que hizo este milagro que tanto me impresiona se llama Berardo Córdoba y vive en La Siberia. Ahora, pues, todos estamos muy felices.

Ya con esta nueva comodidad, además de no tener que iluminarnos con velas en las noches, contamos con un ingenioso aparato llamado radio (marca Philips), traído de Salgar, que transmite programas que hacen más entretenidas nuestras habituales reuniones. Para que nosotros podamos también disfrutar de este nuevo adelante, papá José ha instalado en nuestra casa un parlante conectado al flamante radio. De esta forma podemos escuchar el noticiero de las 7 de la noche, leído por la agradable voz de un locutor llamado Luis García, y también entretenernos con programas como Monte Cristo, un cómico que nos hace reír hablando en un lenguaje que nos es muy familiar; Frutos de mi tierra los domingos por la noche, que reproduce escenas de la vida campesina de familias como la nuestra, y las novelas, esas historias que son seguramente el producto de la imaginación de alguien. Un arte muy interesante. En las primeras horas del día suenan las Mañanitas campesinas, en las que podemos escuchar pasillos, bambucos, guabinas y otros aires de la música folclórica colombiana, una muy buena forma de comenzar la jornada diaria. La radio es una increíble ventana que abre para nosotros nuevos e increíbles horizontes.

Sin embargo, con enorme desconsuelo encuentro que ese nuevo mundo que se abre ante mis ojos tiene también una faceta pérfida y oscura, de cuya existencia me empiezo a enterar a través de las noticias: es el mundo de la Muerte. Otra vez ese personaje siniestro al que he querido mantener lejos de mí, se cruza por mi camino sin que yo pueda evitar su presencia, para hacerme saber que en Colombia estamos sumidos en algo que se llama La Violencia. ¿Qué es eso? Mamá Julia me explica entonces que hace unos 9 años asesinaron en Bogotá a un político llamado Jorge Eliécer Gaitán y que eso desató una ola terrible de asesinatos por diferentes partes del país. Es a eso a lo que llaman La Violencia. ¿Y por qué matan a la gente?, pregunto de nuevo a mi madre: por una cosa que se llama política, me responde.

Entender que política es algo que divide a las gentes en bandos opuestos, cada uno con un color diferente, y que ésta es una razón suficiente para matarse mutuamente es, para un niño de mi edad, una tarea imposible; más cuando escucho comentar a los adultos sobre el rumbo tan cruel y despiadado que esta confrontación fue tomando a medida que se hacía más intensa. Individuos que apresan a personas inermes para luego asesinarlas, tal vez conocidos suyos y con quienes en alguna ocasión se sentaron a tomarse un tinto o unas cervezas y a charlar desprevenidamente como buenos vecinos. ¿La razón? ¡Ser de un partido (o un color) diferente al suyo! Con horror oigo comentar que en un pueblo vecino llevaban a personas indefensas a un sitio de cuyo nombre no quiero acordarme, para lanzarlos luego por un precipicio, no sé si muertos o aun estando vivos; o que hay una forma, extraña, inhumana y degradante, de asesinar; un método llamado corte de franela, cuya descripción me siento incapaz de dar aquí; o que las familias en algún momento tienen que salir de sus casas para pasar la noche en el monte o, más dramático aún, dejar sus casas y sus tierras en el abandono o venderlas por cualquier cosa, para poder conservar su vida. Chusma, chulavitas, pájaros, bandoleros, manzanillos, godos, azules, rojos y hasta la invocación de la religión como bandera de odio. Son ideas y palabras que, como fantasmas siniestros, rondan por mi cabeza, en un torbellino de locura, que me advierte que el mundo de los adultos con frecuencia toma por unos caminos en los que la estupidez, la crueldad y la deshumanización pueden rebasar los límites más impensables.

Como quien, luego de un sueño tranquilo, pasa de pronto a vivir una insoportable pesadilla, empiezo también a ver como el San Gregorio, generalmente tranquilo de otros tiempos — con excepción del caso de Dorian — está ahora, y cada vez más, sacudido por casos de asesinatos de vecinos, generalmente desde un matorral a la vera de un camino cualquiera. Con estremecimiento tengo que ser testigo de lo sucedido un domingo hace apenas unas dos semanas: el inmisericorde atentado contra un hombre de unos 55 a 60 años. Lo vi ese día por la mañana en la iglesia; lo volví a ver más tarde, hacia las 12 del día, en la plaza conversando desprevenidamente; y lo volvía a ver, hacia las 3 de la tarde en la ruta que lo lleva a su casa, tendido sobre un charco de sangre al pie de un barranco. La señorita Tulia, tijera y escalpelo en mano, afanosamente trata de detener la hemorragia para ver si alcanza a llegar vivo al pueblo y poder salvarle la vida, al tiempo que el padre Ramírez le recita oraciones, esperando tal vez que cuando su alma llegue al más allá, en caso de que muera, el juez Jesucristo, tomando en cuenta los ruegos del sacerdote, le conceda la posibilidad de ir al Cielo. Mientras tanto, el inspector y los tres policías del corregimiento, con fusil al hombro, inspeccionan el sitio desde donde alguien hizo el disparo mortal. Los lamentos de dolor del herido y los rostros llenos de espanto de los vecinos que presencian la escena — la que observo atemorizado desde una prudente distancia — quedan para siempre grabados en mi memoria.

En la escuela, días después, me entero de que este señor finalmente murió. Uno de los compañeros comenta que, en el sitio desde donde alguien le disparó, los policías encontraron un cuchillo clavado en tierra con esta ominosa palabra escrita: ¡odio! No sé si lo que dice mi compañero sea cierto o no, pero de todas formas no puedo evitar que un escalofrío recorra todo mi espinazo, acompañado también de esta inmensa tristeza que me atormenta. Es usual escuchar también que, en departamentos como el Valle, Tolima, Caldas, inclusive en nuestro pueblo vecino, Salgar, individuos, al amparo de la noche, llegan a una casa y asesinan a todos sus habitantes o a parte de ellos. La incertidumbre que siento es muy grande.

En mi mente no puedo dejar de darle vueltas a esa expresión ahora tan escalofriante: la política. ¿Qué es eso, qué significa, por qué está tan asociada al odio y a la violencia? De hecho, caigo en la cuenta de que desde que empecé a tomar conciencia, he oído hablar de algo que se llama partidos, dividido en dos vertientes: la del Partido Liberal y la del Partido Conservador, y que cada persona pertenece a uno de estos dos lados; a eso le dicen política. Nada de ello, sin embargo, me hacía presagiar que, lo que para mí era solo un elemento casi folclórico de la vida diaria, fuera una fuente de conflictos tan irracional. Ahora pues, escuchando las noticias y relacionándolas de una forma más consciente con lo que hablan los adultos, descubro horrorizado que, detrás de estas etiquetas aparentemente inofensivas, se encuentra agazapada una inexplicable carga de odio de la que tantos adultos son una especie de prisioneros. ¿Qué significa ser conservador o ser liberal? Sorprendentemente, no encuentro en nadie una respuesta convincente y su verdadero significado sigue siendo para mí un misterio.

Esta absurda realidad me lleva a sentir una gran decepción con respecto a esa parte del mundo de los adultos que se deja arrastrar por sentimientos tan irracionales e inhumanos. Solo espero que, con el tiempo, igual que lo que me pasa con los temas relacionados con la religión y la educación, encuentre lo que debe ser — porque algo me dice que lo tiene — el verdadero sentido y razón de ser de la palabra política.

Entrega 1: «Mis años en San Gregorio: Un futuro por construir»

Entrega 2: «Mis años en San Gregorio: El nido familiar».

Entrega 3:  «Mis años en San Gregorio: Mirador de cielos y cordilleras»

Entrega 4:  «Mis años en San Gregorio (Alfonso López), vistos por el niño que llevo dentro»

Entrega 5:  «Mis años en San Gregorio (Alfonso López), Encuentro con el mundo de la religión»

Entrega 6:  «Mis años en San Gregorio – Domingo en San Gregorio» 

Entrega 7: «Los aprendizajes ya no son un juego–Comienza la escuela» 

Entrega 8: «Mis años en San Gregorio – Música y leyendas»

Entrega 9: «Mis años en San Gregorio –El duelo de Cosiaca y el guapo del pueblo»

Entrega 10: «Mis años en San Gregorio –El rostro avieso de la muerte»


 

Por Rubén Darío González Zapata
Nacido en la vereda La Lindaja
Corregimiento Alfonso López (San Gregorio)
Ciudad Bolívar

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