«Yo veía que no eran buenos padres”, «el niño tenía signos de maltrato», «la niña lloraba mucho», «la mamá le pegaba todos los días», «su carita no se veía feliz»…
Son algunos de los comentarios más recurrentes que se escuchan en los medios cuando un menor muere por causa de maltrato, abuso sexual, o ambos, todo el barrio sospechaba o sabía pero nadie denunció y es que “en problemas familiares es mejor no meterse”, dirán muchos, sin embargo, cuando se trata de proteger a los niños y niñas la responsabilidad debería ser de toda la ciudadanía pues con una denuncia ante las autoridades competentes se pueden cambiar muchos tristes finales.
Finales como los de Miguel Ángel (2 años) y Luciana (4 años), quienes murieron en centros asistenciales tras haber sido agredidos en sus propios hogares. Miguel Ángel Rivera falleció el viernes 15 de septiembre, según el reporte de Medicina Legal, víctima de maltrato, violencia sexual y asfixia, el padrastro y la mamá del pequeño fueron enviados a la cárcel; Luciana Cardona vivía en una vereda de Girardota, por su delicado estado de salud fue remitida a Medellín donde murió el pasado 28 de septiembre por causa de múltiples traumatismos y abuso sexual, el padrastro fue detenido.
El 10% de los casos de maltrato infantil del país se presenta en Antioquia, mientras que las dos regiones con los índices de violencias más altos para los niños, niñas y adolescentes son el Suroeste y el Oriente.
Cifras de la Gerencia de Infancia, Adolescencia y Juventud de Antioquia evidencian que Tarso (693,2), Jericó (633,7), Amagá (509,0), Betulia (491,9) y Támesis (423,3) son los municipios con las mayores tasas de violencia intrafamiliar y sexual contra los menores.
«La tasa de Tarso es de 693 menores por cada cien mil habitantes, es decir, es una tasa altísima y está muy por encima de la media de Antioquia. Allá estamos haciendo unos procesos muy importantes con las familias, y la Administración Municipal está muy comprometida».
Explica la gerente Catalina Pérez Zabala.
Diversos estudios revelan que el 95% de los abusadores son hombres y el 5% son mujeres. En entrevista a la Revista Semana, el psiquiatra José Posada explicó que factores como las clases sociales, la raza o el nivel de escolaridad no influyen, además aseguró que «en Colombia debe haber 480.000 pedófilos». En este mismo sentido, el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar revela que la mayoría de los victimarios son personas que viven en el mismo hogar de los infantes (87%), o son personas cercanas a sus contextos (95%). Además, más del 85% de los menores víctimas de violencia sexual, son niñas.
¿Pero qué lleva a una madre, un padre o a un cuidador a maltratar a un infante?
Según la gerente de Infancia, Adolescencia y Juventud de Antioquia, Catalina Pérez Zabala, son asuntos instaurados en la cultura machista, vinculados con deudas de crianza:
«En los análisis que hemos hecho nos hemos encontrado que uno de los fuertes motivos por los cuales hay maltrato es por un tema de cultura machista, porque nosotros tenemos indicadores a nivel de Antioquia de las subregiones más pobres con indicadores bajos en violencias y en las regiones que tienen una situación económica más resuelta como es Oriente y Suroeste, tienen unos índices más fuertes, entonces el tema no es de recursos como muchas personas creen. Las personas maltratadoras vienen también de maltratos en sus familias, entonces son ciclos que se van repitiendo, cuando en la familia no somos un entorno protector, donde le demos salubridad mental a nuestros niñas, niños y adolescentes, pues seguramente ellos a futuro repetirán la misma historia».
Al respecto el psiquiatra y profesor Gabriel Jaime López Calle afirma que «casi siempre estas personas han sido víctimas de abuso sexual, entonces es una conducta muy aprendida y en otros hombres de su familia puede evidenciarse que también son violentos con sus parejas e hijos».
Agrega que si bien no existe un solo perfil, sí hay algunas conductas que hacen sospechar que una persona pueda ser un probable maltratador o abusador:
«Personas que son violentas de manera frecuente en su relación de pareja, con los hijos, bajo los efectos del alcohol y de sustancias psicoactivas se desinhiben y buscan tener relaciones sexuales en presencia de los menores; casi nunca tienen tiempo para ellos, los consideran una propiedad y los desvalorizan frente a otras personas. Los maltratadores casi siempre buscan víctimas pequeñas porque son frágiles, o porque tienen alguna discapacidad física o intelectual».
Sobre lo que está haciendo la Gerencia para erradicar las violencias contra los niños y niñas, Catalina Pérez Zabala explica que la gran apuesta de la Gobernación es por la convivencia y las prácticas de crianza en igualdad: «un programa que se llama Familias en Convivencia, con esto lo que queremos es fortalecer los lazos de las familias y ayudar a que estas resuelvan los conflictos de una manera asertiva, no mediante la violencia. También monitoreamos los indicadores haciendo un énfasis con educación, cultura y mujeres, pues junto con esa secretaría tenemos una apuesta muy importante llamada crianza en igualdad para disminuir estos indicadores tan machistas que tenemos y que nuestros niños sean criados con las mismas condiciones con nuestras niñas; además hacemos una atención directa a familias en riesgo en los municipios donde más altos son los indicadores».
Si bien las anteriores violencias son las que más casos registran, esto no quiere decir que otras violencias como la psicológica no generen preocupación: «aquí las tasas son muy bajas porque son violencias que no dejan marcas físicas, entonces hay un subregistro porque los niños y niñas no saben denunciar que su mamá o su papá todo el día les dicen ¡Usted es un bruto! ¡Usted no es capaz!, por ejemplo».
Tanto la gerente de Infancia, Adolescencia y Juventud de Antioquia, Catalina Pérez Zabala como el psiquiatra Gabriel Jaime López coinciden en que los maltratos en la infancia marcan lo que será la vida adulta, y hacen un llamado a crear entornos protectores, a estar pendientes de los comportamientos tanto de los menores como de las personas que los cuidan; precisamente sobre este tema la psicóloga Yurani Muñoz Marín concluye que:
«Hay que hacer mucha observación del entorno en el que ellos y ellas se desenvuelven, hay que mirar con quién juegan, cómo juegan, y algo fundamental: ¡hay que saber con quién se dejan! Cómo son los cuidadores, cómo es el centro estudiantil al que asisten, siempre hay que tener cuidado con cada lugar y un constante acompañamiento para que puedan hablar sobre todo lo que les pasa».
«Estamos pasando de una cultura del silencio a una cultura de la denuncia»
Así lo afirma Gloria Doris Quintero López, psicóloga de la Comisaría de Familia de Tarso frente a la ocupación del municipio del primer lugar en el Suroeste en cuanto a las tasas más altas de violencia intrafamiliar contra niños, niñas y adolescentes: «romper el silencio, denunciar, intervenir a nivel terapéutico, y por ende reportar a través del SIVIGILA (Sistema Nacional de Vigilancia en Salud Pública) los eventos de violencias pareciera desde una interpretación rápida y descontextualizada un factor negativo, pero para el caso que nos atañe es un triunfo al dolor humano ya que podemos de manera efectiva acompañar a cada una de estas personas a trasformar su historia desde la resiliencia y hacerse responsable de sus decisiones».
Según Quintero, desde la Comisaría de Familia se realiza un seguimiento pormenorizado a cada uno de los casos que se reportan brindando atención jurídica, social y psicológica, sumado a una labor articulada con las fiscalías local y seccional: «tenemos un aproximado de los casos: 23 anuales de violencia contra la mujer, 25 promedio anual de maltrato infantil, 10 promedio anual de abuso sexual infantil. En los últimos cuatro años se ha judicializado y emitido juicio condenatorio a 17 personas adultas que han cometido el delito de abuso sexual contra niños, delito que en el pasado era casi de total impunidad».
Agrega que «el que haya municipios que no reporten casos al SIVIGILA o donde la gente no denuncie, no significa que no ocurra el fenómeno; además porque es un asunto no solo de comportamiento sino de creencias, concepciones de infancia, prácticas relacionales que se reproducen de generación en generación y el modificar estas es una labor constante, donde el compromiso de familia, estado, sociedad ha de ser contundente».
*Espere en nuestra próxima edición las opiniones de Jericó, Amagá, Betulia y Támesis sobre sus apuestas para erradicar las violencias contra los niños y niñas.
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