Al margen de las creencias (o no creencias) de cada quien, una cosa es cierta: las personas que amamos o por las que sentimos en vida un aprecio, admiración y respeto especiales, no mueren para nosotros. O, dicho de otra manera, aunque físicamente su cuerpo haya dejado de funcionar y haya regresado al eterno retorno de la materia, hay algo en ellas que continúa viviendo entre nosotros. Llamémosle alma, espíritu, recuerdo, u otra cosa; eso dependerá de las convicciones y la cosmovisión que cada quien tenga con respecto a los grandes interrogantes que plantea el misterio de la existencia humana, porque finalmente, lo importante no es cómo denominemos esa realidad, sino la certeza de que esos seres humanos siguen estando siempre a nuestro lado. Uno de esos casos es, sin duda, el de aquella mujer a la que con cariño llamamos en vida la señorita Tulia.
Esta reflexión viene a mi mente a propósito de la propuesta que durante varios años he venido impulsando, en el sentido de que la calle principal de San Gregorio –Alfonso López– lleve el nombre de Tulia Agudelo, la que, con gran esperanza, veo que, finalmente, va a ser posible. En efecto, tenemos ya el propósito manifiesto de nuestros dos concejales, Ana Sofía Arteaga y Fray Ángel Castro, de hacer las gestiones necesarias para llevar al Concejo Municipal el proyecto de acuerdo por medio del cual la calle mencionada recibiría, oficialmente, el nombre de la que fuera nuestro personaje más emblemático en el campo de la medicina. Dicho acuerdo, en opinión del señor John Herrera, podría incluir a la vez la orden para llevar a cabo la nomenclatura urbana del corregimiento, algo que es también una necesidad manifiesta. El que la asignación de este nombre sea el resultado de una decisión formal emanada de la institucionalidad del municipio (Concejo y Alcaldía), tiene una importancia especial, por cuanto de esta manera, la figura de la que fuera la guardiana de la salud de los sangregorianos durante tantos años (aproximadamente 40), dejaría de ser sólo un nostálgico recuerdo, para pasar a ser una muestra concreta y visible del reconocimiento de la comunidad al valor y obra de uno de sus personajes representativos del San Gregorio de nuestra primeras décadas.
Es muy posible, sin embargo, que para las nuevas generaciones –los nacidos a partir de finales de la década de los 90 del siglo pasado– el nombre de la señorita Tulia, como cariñosamente se la llamaba, no signifique mucho. ¿Qué importancia tiene (dirán estos veinteañeros y treintañeros del siglo XXI) la existencia de una enfermera que en vida se limitaba a atender a alguien cuando tenía un dolor de cabeza, a recibir un nuevo ser humano que llegaba a este mundo, a formular un medicamento, a veces casero, para un niño lombriciento o con diarrea, o parar a tiempo una hemorragia? Pues bien, es bueno que estos jóvenes sepan que en los decenios del 50 al 80, en los que problemas de salud tan corrientes y frecuentes como esos, fácilmente se convertían en un caso de vida o muerte, de no haber sido porque alguien con los conocimientos médicos suficientes les podía hacer frente. De hecho, cuando a alguien finalmente se le llevaba al hospital del pueblo porque su condición se le salía de las manos a esta mujer, casi siempre era porque se trataba de un caso casi que de muerte segura.
Al pasear por esta calle de San Gregorio una misteriosa presencia invade el alma. Es el espíritu de la señorita Tulia, que jamás nos ha abandonado.
Pero lo fundamental de la presencia de Tulia en San Gregorio fue lo que ello significó en términos de personalización del servicio en un aspecto tan sensible como es el de la salud, para los habitantes del corregimiento. En efecto, esta enfermera, además de poseer buenos conocimientos medicinales, producto no sólo de sus estudios, sino de su cada vez mayor experiencia práctica, fue un ser humano que inspiró algo mucho más invaluable e importante: confianza y seguridad. En efecto, el conocimiento personal que llegó a tener de cada uno de sus pacientes y su entorno familiar, así como el manejo responsable y profesional que le dio a la información privada de sus pacientes, más los resultados obtenidos en términos de personas sanadas que pasaban por sus manos, le permitió generar alrededor de sí un clima de confianza de tal nivel que, finalmente, uno no sabe si la eficacia de sus formulaciones se debía al poder curativo de los medicamentos recetados o a la fe y confianza que ella inspiraba en el paciente que los consumía. Con toda seguridad, las dos cosas iban de la mano. En síntesis, el aporte más importante que Tulia Agudelo le hizo al corregimiento de San Gregorio fue el de haberle hecho sentir a sus gentes que, pese a las limitaciones obvias por falta de recursos y una infraestructura deficiente que caracterizaba el sistema de salud de aquellas épocas, especialmente en las regiones apartadas, el corregimiento contaba con la presencia de alguien que sabía lo que había que hacer en cada momento y en cuyo instinto y criterio se podía confiar plenamente.
Finalmente, hay que decir que lo más importante de ponerle el nombre de Tulia Agudelo a una calle, si la propuesta de los concejales Ana Sofía Arteaga y Fray Ángel Castro tiene éxito, es el hecho de que con esta decisión su figura se convierte en un símbolo o punto de referencia para las nuevas generaciones de sangregorianos, que tendrían en ella el modelo de una vida entregada sin limitaciones al servicio, sin más pretensiones que la de estar en su puesto cuando se le necesitaba. Son valores humanos que siguen teniendo la misma vigencia en los años del siglo XXI. Será, igualmente, una fuente de inspiración y un motivo de orgullo para quienes forman parte de esta comunidad. Para los que la conocieron; para los que tuvieron el privilegio de haber tenido trato con ella y de haber disfrutado de su sencillez y calidez; para quienes pudieron palpar su espíritu sencillo, sensible al dolor y a las necesidades de sus pacientes: ese espíritu que se escondía detrás de una personalidad frentera, que le permitía hablarle a la gente con franqueza y sin rodeos. Para todos ellos esta fue una experiencia profundamente humana.
Son muchos los sangregorianos que le debieron a sus conocimientos y habilidades médicas de Tulia Agudelo el haber podido sobrevivir o haber podido continuar con una vida normal después de alguna enfermedad grave o algún accidente. Esos hombres y mujeres tienen a su cargo para con su nombre una deuda de agradecimiento impagable. Lo sé porque uno de ellos soy yo.
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Por Rubén Darío González Zapata Nacido en la vereda La Lindaja Corregimiento Alfonso López (San Gregorio) - Ciudad Bolívar