¡Pa´ San Gregorio me voy!
Recuerdo cuando iba en compañía de mamá Julia a Bolívar. Para ese entonces y en el pequeño universo dentro del cual transcurría mi existencia, este pueblo representaba para mí el summum de lo más hermoso que la vida me podía mostrar. Sus calles limpias y pavimentadas, por donde circulaban esos aparatos mágicos que eran los carros, transmitían una increíble sensación de bienestar; los hermosos ventanales de las casas, en algunos de los cuales una chica, al atardecer, atendía la visita de su enamorado. ¡Y la plaza! Era ese sitio en el que se concentraba mi mayor interés: el increíble edificio de la iglesia con su reloj marcando las horas y sus enormes columnas sosteniendo los arcos del altísimo techo; la fuente de agua, cuyas gotas esparcidas por el viento golpeaban mi rostro, trayendo un refrescante alivio en el intenso calor de la tarde. Un enorme letrero, instalado en la ladera sur, visible desde de la plaza, rezaba NARATUPESA, recordatorio permanente del ancestro indígena del pueblo. Pero era sobre todo su gente lo que más llamaba mi atención, de manera especial los chicos y chicas con el uniforme escolar y su maleta portalibros: hermosos adornos que alegraban las calles de Bolívar. “Muchachos y muchachas que tenían el enorme privilegio de poder estudiar”, pensaba yo.
De pronto caigo en la cuenta de que estoy en agosto de 2024 y que debo estar listo para el paso más emocionante de mi viaje: la visita al San Gregorio de hoy. El reloj de la iglesia –¡igual que en los viejos tiempos!– marcó las 12 de la noche: ¡faltaban pocas horas para iniciar el viaje! Igual que en los años pasados, cuando debíamos madrugar a tomar la línea que nos llevaría a Remolino, debo estar a las 6 de la mañana en el sitio en el que, según se me ha informado, puedo abordar este peculiar medio de transporte. Luego de unos 20 minutos de marcha, nuestro vehículo abandona la vía principal y comienza el ascenso hacia la cordillera, rodando por una estrecha y sinuosa carretera destapada sin mayores obras de infraestructura vial. Dadas las características de la vía, el conductor debe ir anunciando en cada curva que encuentra con la ruidosa corneta del vehículo que ahí va el bus escalera, a fin de que un carro que venga en sentido contrario tome las precauciones del caso. Ya a punto de coronar la cumbre, niños y niñas con uniforme escolar le hacen el pare a la línea: “son estudiantes del Juan Tamayo”, pienso para mis adentros. Un poco más adelante, el bus rueda sobre dos tramos pavimentados de la vía con el sistema de placa huella y pienso entonces que este debió ser el trabajo que hace unos años lideró la entonces concejala Luz Adiela Guerra. Más adelante pasamos frente a la escuela y varias construcciones de un pequeño caserío: es Punta Brava; pienso en Fray Ángel Castro, presidente de su JAC, con quien he sostenido varias charlas telefónicas alrededor de sus proyectos sobre esta vereda. ¿Cómo habrá sido hasta el momento su experiencia como concejal? ¿Qué resultados habrá de generar su gestión para el futuro de su vereda y, en general, de San Gregorio? Si las cosas se dan, talvez podamos hablar algo sobre ese tema. Mientras pienso en todas estas cosas, aparece ante mi vista, en la cordillera del frente, el lugar de mi destino: mi corregimiento. Es fácil apreciar desde aquí como ha crecido. ¿Lo estará haciendo de manera planificada?
Caserío de San Gregorio, visto desde el costado sur occidental. Hacia este lado se aprecia el mayor número de nuevas viviendas. (Foto tomada de Facebook, Juan David Herrera)
Un último y ruidoso bramido de corneta anuncia, como quien hace una entrada triunfal, que el bus escalera ha llegado a la plaza de San Gregorio. ¡Imposible no experimentar esa deliciosa emoción que esperaba sentir al pisar de nuevo la tierra de mis recuerdos! El bambuco de Efraín Orozco resuena, una y otra vez, en mi cerebro. Ya en tierra, un amable señor de mediana edad se me acercó para darme el saludo de bienvenida. Era Porfirio Vargas, presidente de la JAC de la zona urbana del corregimiento y quien se ofreció a acompañarme en un recorrido por los lugares más interesantes del pueblo, pero primero debía desayunar. ¿Dónde hacerlo? No había problema, a unos metros de nosotros el propietario de la cafetería del lugar me ofreció el servicio: la preparación de un sabroso desayuno fue sólo cuestión de unos minutos. Mientras eso sucede, alguien que supe de inmediato era el señor Johny Cetre, rector del colegio Juan Tamayo, se acercó a darnos un breve saludo, para anunciar que se disponía a llevar a los estudiantes a la iglesia, en donde se celebraría una eucaristía especial por estar la parroquia San Pío X en las Fiestas Patronales.
Luego de lo anterior, y provisto de una cómoda y agradable ruana que me suministró el mismo señor Vargas —el frío me estaba matando y acababa de salir de una fuerte grupa— iniciamos el recorrido, con paradas especiales en las instalaciones del colegio (la mayoría de los escolares no se encontraban allí), en el sector de Siete Brincos, el sector de la salida para Salgar y, finalmente, la iglesia de la localidad, en donde tuve la oportunidad de hablar con el señor cura párroco, Juan Pablo Galeano, quien muy amablemente se mostró dispuesto a cooperar con el suministro de información para enriquecer la memoria histórica del corregimiento, cuando lo necesitara. Fue muy importante la compañía del señor Vargas en este recorrido porque, en su condición de dignatario de la JAC, es alguien con un muy buen conocimiento sobre la situación del corregimiento, sus problemas y su potencial, algo por lo que quedé muy agradecido.
El siguiente paso fue el contacto con otros personajes del corregimiento, y el primero de estos fue con la señora Luz Mery Guerra, quien ha sido un factor decisivo, especialmente en la etapa inicial, para hacer acopio de información con destino a la construcción de la memoria histórica del corregimiento, a través de su página Historia de San Gregorio en Facebook.
El almuerzo con frijolada, chicharrón, tajadas de plátano y arepa redonda, más la forma tan amable como me recibió en su casa, me hizo sentir que, en efecto, estaba en la tierra que me vio nacer. Una interesante charla con su hija María Fernanda, sobre asuntos del país que a todos nos preocupan, fue parte de este interesante y agradable encuentro. Igualmente pude saludar a personas por quienes guardo un cariño especial: Amparo Ortega y Lilia Vargas. Hubo, sin embargo, algo que me causó una profunda impresión: la noticia de la muerte de quien fuera mi primera maestra aquí en este corregimiento, Aura Viana de Londoño, acababa de suceder. ¡Hoy precisamente! Sentía que su espíritu me acompañaba en esos momentos.
El clímax de este día llegó con el arribo de mis hermanos: Ofelia, Pedro y su esposa Socorro, Maruja, mis sobrinos Carlos Uriel, Liliana, (quien lideró toda la logística de preparación del viaje), su esposo Carlos y el muy inquieto en asuntos de la tecnología moderna, Fáber Andrés. Reunidos todos en el sitio más emblemático de nuestro pasado, dimos gracias a Dios y a la Conciencia Universal por nuestro pasado, nuestro presente y pusimos en sus manos nuestro futuro; futuro en el que, en mi conciencia interna, incluí a Ciudad Bolívar y, de manera muy especial, a mi pueblo San Gregorio.
Al hacer un balance de lo ocurrido en este día, siento que este fue positivo, aunque con evidentes vacíos, fruto tal vez de una inadecuada planeación: no haber podido tener una charla amplia con el señor rector del colegio Juan Tamayo, no haber podido conversar con Fray Ángel Castro y no haber tenido espacio para atender la invitación a su casa que nos hiciera la señora Amilvia Arteaga (no sé si el nombre está bien escrito), con quien me hubiera gustado hablar un poco más. Son deudas que quedaron pendientes y que espero de alguna forma poder subsanar. Así terminó esta bella experiencia sobre el encuentro con mi pueblo, por la que, en la soledad del hotel y reunido conmigo mismo, expresé todo mi agradecimiento a la Conciencia Universal.
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Por Rubén Darío González Zapata Nacido en la vereda La Lindaja Corregimiento Alfonso López (San Gregorio) - Ciudad Bolívar