Por Rubén Darío González Zapata Nacido en la vereda La Lindaja Corregimiento Alfonso López (San Gregorio) Ciudad Bolívar
Tercera y última parte
La visión – continúa el relato — de alguien de pie en la puerta de la choza obliga a preguntarse a aquel hombre si acaso no estaría enloqueciendo.
— Pegado al piso y presa de un terror que, al mismo tiempo, me llena de fascinación, sigo ensimismado la narración que ahora ha retomado Pablo –.
Para asegurarse de que no está siendo víctima de una alucinación, sigilosa y lentamente, con los nervios hechos una maraña, ascendió hasta un pequeño montículo para ver con mayor detalle, escrutando a través de la oscura noche, lo que podría estar sucediendo. ¡Pero no se veía persona alguna! Su cerebro, obnubilado por el terror y la angustia, acababa seguramente de jugarle una mala pasada. Haciendo acopio de un valor que él mismo no imaginaba que podría llegar a poseer alguna vez, entró de nuevo a la cabaña. Allí estaba ella, tendida sobre el camastro que en vida le servía de cama, dentro de una pieza escasamente iluminada por una vela encendida y la improvisada cruz, hecha de trozos de madera recogidos apresuradamente en los alrededores del lugar, puesta sobre su pecho. En ese momento y ante aquel cuadro doloroso, hubiera dado la vida entera por tener la certeza de que aquella no era más que una horrible pesadilla de la que en cualquier momento despertaría; o tal vez lo de su esposa no fuera más que el resultado de una ausencia temporal, un espasmo inducido por la fiebre, del cual estaba siendo víctima, pero del que retornaría. Entonces ella abriría sus ojos y en ellos volvería a encontrar la mirada de la tierna chica con la que hacía apenas unos meses había contraído matrimonio. El profundo cansancio y la certeza de que dentro de unas horas tendría que emprender el camino para ir en busca de ayuda, lo sacaron de sus cavilaciones y lo obligaron a tratar de descansar un poco para recuperar las fuerzas que tanto necesitaba para el día siguiente. Recostado en el camastro del lado, mientras el fragor de la tormenta y la tempestad eléctrica continúa en todo su furor, el sueño terminó por apoderarse de su agotado cuerpo. Un sueño agitado, lleno de sobresaltos y pesadillas indescriptibles.
¡Increíblemente, el escenario toma ahora un giro siniestro! Aterrorizado, el colono ve cómo el cadáver de su esposa se yergue pesada y lentamente del lecho en el que reposa. En su rostro sombrío los miedos incontrolables, la tristeza y la desesperanza que la habían venido atormentando desde hacía varios días han dejado profundas y visibles huellas de dolor.
— La voz de Pablo llega a mis oídos como el extraño sonido que brota desde una oscura caverna, emitido por un ser imaginario –
Una vez de pie avanza hacia él y este hombre, movido por una energía inimaginable, apenas tiene tiempo de levantarse a toda prisa para alcanzar la puerta de salida antes de que el cadáver caminante de su esposa pueda asirlo de su cuello con sus manos, blancas por la palidez de la muerte; para su mayor angustia, increíblemente éste sigue sus pasos. Presa de un terror indescriptible, no encuentra otra alternativa que correr con todas sus fuerzas para llegar cuanto antes a la iglesia y pedir la ayuda del sacerdote, sin que el espectro de su esposa deje de seguirlo… ¡cada vez más cerca! La inclemente tormenta ha convertido las trochas en barriales por los que es casi imposible caminar y los hilos de agua que en otros momentos son apenas pequeñas y cristalinas quebradas, se han tornado ahora en borrascosos raudales que arrastran árboles, piedras e incluso animales. ¿Se apiadará Dios de los dos? ¿Perdonará sus pecados y recuperará él la cordura que en estos momentos siente que está perdiendo? son preguntas que lo atormentan pero que son, paradójicamente también, un rescoldo de esperanza que le da las fuerzas que tanto necesita para seguir en su trágica carrera. El alba de un nuevo día muestra los primeros asomos de claridad y, muy a lo lejos pero ya visibles, se alcanzan a ver las primeras casas de del pueblo. Una cruz, que para él es su esperanza de salvación, se destaca sobre la torre de la iglesia.
—¡Lo sabía! Sabía que una cosa así tendría que suceder. En los rostros de todos los que escuchamos esta historia se adivina una tensión que ha llegado a su límite más insoportable. Me pregunto si esta noche y las siguientes podré conciliar el sueño. Pensar en el espectro que perseguía a ese hombre tiene mis nervios de punta –.
¡De pronto, el hombre tiene un sobresalto!
– La voz de Pablo transcurre ahora en un tono sereno y tranquilo –.
La tempestad ha cesado y los rayos de un sol esplendoroso atraviesan la pequeña ventana del bohío. Un aroma familiar de chocolate batido y arepa recién horneada invade todos sus sentidos y a su lado, aunque aún con los rezagos evidentes del cansancio y los estragos de la fiebre de los días anteriores, una chica dueña de una bella sonrisa y una tierna mirada, lo invita a que se levante porque el desayuno ya está listo. Increíblemente, su esposa, contra todo pronóstico, ha regresado ilesa del infierno de sus pesadillas. El canto de los sinsontes y las mirlas, que en otros momentos no eran más que uno de los tantos ruidos de la selva, le dan a este momento un embrujo increíblemente bello. ¿Por qué antes no se notaban esos hermosos trinos? – “Todo esto, gracias a Dios, no ha sido más que un horrible sueño” – concluyó el colono—
¡Oh, entonces todo fue un sueño! Un gran descanso invade todo mi espíritu –.
Sentados alrededor del tosco tronco de árbol que les servía de mesa – continúa Pablo –, los esposos dedicaron largas horas a deliberar sobre la terrible experiencia que acababan de vivir. Había sido un error internarse en un lugar tan aislado sin prever las consecuencias que esto acarrearía, especialmente para su salud; era necesario replantear la estrategia de trabajo. Irían ambos al pueblo y, en reunión con sus familiares y amigos, buscarían la forma de que otras personas se sumaran al proyecto de abrir nuevos cultivos alrededor del ya trazado por la joven pareja para trabajar en equipo, turnarse en las idas a la aldea para surtirse de víveres y herramientas y llevar a la venta los productos de las cosechas, objetivo que finalmente lograron conseguir. Fue así como los dos colonos, que un día arriesgaron sus vidas por construir un sueño en aquellos inhóspitos lugares, con el tiempo se convirtieron en los patriarcas de un nuevo pueblo, surgido de las montañas del suroeste antioqueño.
Y así, de esta forma inesperada termina el relato. Son ya las 9 y 30 de la noche, muy tarde para nuestros estándares de descanso. Contentos de haber vivido esta nueva experiencia de vida, con mi mamá y mis hermanos voy a casa a dormir. Mi mente, sin embargo, seguirá por muchos años divagando alrededor de un pueblo al que una pareja de arriesgados colonos le dio vida con su trabajo y descendencia, y en el que un chico, igual que sus demás habitantes, sueña con llevar una vida feliz. Uno al que conozco muy bien porque es mi pueblo y un chico al que también conozco muy bien, porque ese chico soy yo.
Por Rubén Darío González Zapata Nacido en la vereda La Lindaja Corregimiento Alfonso López (San Gregorio