De la diversificación agropecuaria a la complementariedad productiva

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Por Felipe Correa Correal
Twitter: @pipecorreac

Durante años hemos observado cómo la especialización productiva viene siendo predominante en nuestros territorios. Producir a la moda parece que hubiese sido la premisa comercial en un país con un potencial diverso, pero con escasa planificación productiva. Trabajar al ritmo de los mercados internacionales ha sido la manera más eficiente de menguar la capacidad autoabastecedora y de sostenibilidad territorial.

Por muchas décadas fuimos considerados un país cafetero. Sin embargo, muchos otros productos agrícolas y pecuarios han coadyuvado a sostener la economía de todos los colombianos a lo largo de la historia. La diversidad generada por la naturaleza siempre ha sido una de nuestras grandes riquezas.

Aunque poseemos capacidad de diversificar bajo modelos sostenibles, la diversificación agropecuaria en Colombia ha sido conceptualizada bajo la imposición del comercio exterior, ignorando las necesidades internas, e incluso, generalizando imposiciones con consecuencias nefastas sobre las comunidades, su economía y sus recursos naturales.

El desplazamiento, la pérdida del patrimonio productivo y el uso inadecuado del recurso hídrico son solo parte de los adversos resultados.

La diversificación productiva ha sido promovida como la posibilidad de cambiar de un cultivo a otro desde el establecimiento de monocultivos y de la generación de volúmenes para exportación o para abastecimiento de mercados tercerizadores, ignorando las vocaciones y capacidades productivas de los territorios en la seguridad alimentaria del productor y la articulación de potencialidades humanas y territoriales como eje económico.

La actual parálisis mundial, nos ha demostrado que hemos desconocido históricamente nuestro potencial real y la riqueza que esconde la capacidad productiva de nuestros ríos, valles y montañas.

En un país con más de 100 millones de hectáreas rurales y de aproximadamente 50 millones de personas, solo el 22% de colombianos corresponde a población rural, de acuerdo a las últimas cifras reveladas por el DANE. Comunidades y familias que, en épocas de crisis ven cómo a pesar de ser los más golpeados por la indiferencia gubernamental, se convierten en la receta perfecta para garantizar la vida del restante 78% de colombianos, y el sustento de millones de familias.

El 99,6% del área catastral del país corresponde a predios rurales, según el Instituto Geográfico Agustín Codazzi -IGAC, pero su productividad no se ve reflejada en esa cifra y mucho menos la capacidad de atender las necesidades de esos cerca de 12 millones de campesinos colombianos. En el estado social y económico actual, la posibilidad de recuperar la economía del país está, irónicamente en la esfera rural. En esa población que durante décadas ha padecido la ausencia estatal.

Por eso hoy, más que nunca, es necesario hablar de complementariedad productiva considerando que esta conlleva, necesariamente, al desarrollo de eslabones que garanticen, en primer lugar, la seguridad alimentaria de las poblaciones productoras.

Recordemos que el concepto de Seguridad Alimentaria surge en la década del 70, basado en la producción y disponibilidad alimentaria global y nacional. En los años 80 se añadió la idea del acceso, tanto económico como físico. Y en la década del 90 se llegó al concepto actual que incorpora la inocuidad y las preferencias culturales y se reafirma la Seguridad Alimentaria como un derecho humano, (FAO, 2011). “Desgraciadamente, el hambre y la desnutrición siguen siendo el obstáculo para el desarrollo” (ONU, 2015).

La diversidad y el potencial productivo de nuestros territorios tiene que construirse en armonía y crecer desde núcleos productivos que, a su vez, se complementen entre sí. Articular estrategias y cultivos que permitan abastecer la familia, las comunidades, las poblaciones, las regiones, etc., en un modelo productivo de ondas territoriales.

Abandonar la producción monocultivista pensando con y en el vecino, desde sus gustos, sus necesidades y sus habilidades. Entender que, de hecho, el universo funciona como un sistema de complementos.

Alcanzar territorios sostenibles implica erradicar el hambre y la pobreza, la generación de oportunidades que dignifiquen la calidad de vida de las poblaciones, la relación amigable y respetuosa con los recursos naturales y, finalmente, el trabajo articulado para alcanzar objetivos comunes.

Al observar con detenimiento, cada uno de estos propósitos se pueden lograr desde la complementariedad productiva, considerando factores de decisión, innovación y coordinación. Hemos utilizado una diversificación agropecuaria que debe trascender a los complementos productivos para garantizar el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible y el futuro de comunidades y territorios.

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