De Luisa no sabemos mucho, lo más importante: su nombre, su dolor y los susurros que cuentan su historia en las calles esperando que no se repita, que toda vida pueda vivirse digna.
Por Daniel Ortega Sanmartín Periodista
Los cafetales de Concordia murmuran la historia de Luisa: mujer trans, campesina, asesinada por la homofobia, la transfobia y la intolerancia. La gente en Concordia sabe que a Luisa la mataron, pero también sabe de su dulzura, su verraquera y su ternura; incluso ante la burla y la discriminación que terminaron volviéndose una puñalada que terminó con su vida.
Lea también: La Juancha, bendecida y afortunada
De Luisa no sabemos mucho, solo lo más importante: que era risa tras risa y que sus ojos delataban con honestidad la tristeza que guardaba. Que fue hija de campesinos y que desde los 14 años trabajaba los campos sin saber leer ni escribir, porque su padre creía que el colegio corrompía a los niños y nos los dejaba progresar.
Sabemos que Luisa se mantenía en el campo con su papá, pero que lo que más le gustaba de niña era ponerse los vestidos de su mamá. Que la echaron de la casa y que Dora Elena Calle, habitante de Concordia, la conoció con su traje de domingo; su traje de gala, el traje que la hacía sentir mujer: unos pantalones pegados, pélvicos, una ombliguera azul, sandalias de tacón y un labial barato que conseguía o le regalaban donde caía bien.
Sabemos que era una mujer buena, que se iba defendiendo con trabajos como desyerbar los alrededores del asilo, y que ella, con su ropa dominguera se sentía como una reina. Sabemos, por doña Dora Elena, que a Luisa le gustaba que los hombres la miraran, aunque unos la miraban con irrespeto y con burla, se sentía muy importante cuando la admiraban.
“En el fondo siento que era una mujer muy inocente porque muchas veces no entendía siquiera las burlas, para ella era como si la enaltecieran, como si dijeran cualidades hermosas de ella”, Dora Elena Calle.
Dora nos contó, y sabemos, que Luisa era una persona encantadora pero que también estaba muy deprimida. Sabemos, que en un punto de su historia se encontró con las drogas como una forma de acomodarse en la piel que habitaba. Sabemos, que en un punto de esta historia Luisa migra a la ciudad, se prostituye, la reciben en una posada, se trata de suicidar varias veces y la violan también.
Sabemos que volvió a su pueblo, que le tocaba vestirse de hombre para trabajar en el campo, pero que no aguantó esa condena injusta de no ser quien una es. Sabemos que se comenzó a recuperar, que empezó a hacer artesanías, cosas que la entretuvieran, a vestirse mejor, a sentirse mejor consigo misma. Sabemos que salía a bailar, que le gustaba bailar, pero que cuando salía nadie bailaba con ella, le arrojaban cosas y hasta le pegaban.
Sabemos que soñaba con ponerse implantes, con ser para otras una mujer completa. Sabemos que murió incompleta, que le faltó sanar, que cada que emprendía el camino la carga del abuso, la soledad, el recuerdo y la ausencia hacían más difícil vivir en el cuerpo que habitaba y ser la Luisa que era. Sabemos que Luisa estuvo en un bar, que tenía planificado un tratamiento. Sabemos que en ese bar comenzaron a molestarla y que ella se defendió, sabemos y en Concordia saben también, que en esa pelea apuñalaron a Luisa, que a Luisa la mataron.
Sabemos que se dieron cuenta de que hacía poco ella había comprado un seguro funerario y la enterraron, sabemos que ella hubiese querido ser enterrada vestida de mujer pero que dijeron que si no la aceptaron viva como mujer, no tenían por qué aceptarla muerta. Sabemos que al final su mamá le dijo su nombre: Luisa. No sabemos mucho, solo lo más importante.
Ilustración por Andrés Prada @prada.arte
Fotografías: Libro Atrapada en el cuerpo de un hombre