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Herramienta fundamental en la construcción de nuestro futuro

La educación es (o debería ser), sin duda, una de las columnas estructurales de un plan de desarrollo de nuestros municipios. De hecho, podría ser su columna estructural fundamental; el elemento aglutinador central que le dé razón de ser al objetivo fundamental de construcción de una comunidad dentro de una visión estratégica de largo plazo. No sé si en alguno de los municipios o ciudades de Colombia se ha estructurado un plan con un criterio como este, pero qué bueno sería hacer, al menos como un ejercicio pedagógico, el intento y deducir qué interrogantes y qué desafíos se derivan de un planteamiento como este. La hipótesis sobre la cual se fundamenta una afirmación como esta es que, más allá de las riquezas naturales o financieros que se puedan poseer, el recurso más importante y decisivo de una sociedad es su misma población, lo cual significa que una sociedad con un nivel educativo elevado (pensamiento crítico, cultura, ciencia) tiene, por lógica, muchas más posibilidades, en primer lugar, de llegar a ser una sociedad desarrollada con capacidad para aplicar soluciones creativas a sus problemas y desafíos endógenos (internos), sino también y como segunda medida, de hacer un uso más eficiente y racional de sus propias riquezas y recursos naturales o de obtenerlos, que una sociedad con niveles escasos de educación. Ejemplos de países ricos en recursos naturales, pero con una población inmensamente pobre los hay de sobra; ello ya de por sí le estaría dándole validez a un planteamiento como este.

La realidad, sin embargo, es que la educación, para la inmensa mayoría de nuestros pueblos y ciudades (no podría decir si todos) en Colombia, incluido el país mismo tomado en su conjunto, es, en el mejor de los casos, un sector más dentro de una visión global de la región sobre la cual se está haciendo la planeación –con una mayor o menor grado de importancia, dependiendo de la visión política del gobernante de turno–, a tener en cuenta a la hora de diseñar un plan de desarrollo, no la columna vertebral alrededor de la cual debería estar estructurada la carta de navegación de cada territorio.

No estoy diciendo que todos los planes de desarrollo existentes en el país carezcan de una idea motora central que jalona todo el proceso de navegación hacia un objetivo estratégico con visión de largo plazo; de alguna manera, cada plan debe poseer probablemente un elemento aglutinador, así este no se encuentre expuesto de manera explícita o no se haga evidente a primera vista. Lo que digo es que sería muy importante que esa idea motora fuera la educación o algo íntimamente relacionado con esta, ya que cualquier esfuerzo que se haga para lograr el desarrollo de un país en el largo plazo resulta inútil si la sociedad, tomada en su conjunto, no cuenta con niveles educativos competitivos para lograrlo.

Dentro de una concepción como esta, me parece interesante hacer un ejercicio de reflexión sobre un plan de desarrollo municipal desde la perspectiva del ciudadano que busca en el mismo respuestas a sus inquietudes y esperanzas respecto a su propio futuro. Como el campesino de corazón que sigo siendo, nacido y crecido en una apartada vereda, para ser más exacto, en la Lindaja, corregimiento de San Gregorio de Ciudad Bolívar, me pregunto qué significa el plan de desarrollo de mi municipio para alguien como lo fui yo en otros tiempos. Pese a las limitaciones de toda naturaleza con las que muchos jóvenes crecen en nuestros días, son –conmigo—muchos los que saben, o por lo menos lo intuyen, allá en lo más íntimo de su subconsciente, que la educación, el acceso a la ciencia en todas modalidades, el desarrollo de habilidades intelectuales y el cultivo de un pensamiento crítico, así como la adquisición de valores y principios éticos que habrán de regir su vida adulta, son la puerta de entrada al desarrollo social, y no solo para sí mismos individualmente considerados, sino para la comunidad que conforma el entorno social que los rodea. Probablemente muchos que la riqueza material, la salud, las vías de comunicación bonitas, las viviendas cómodas, son lo más importante, pero a mi algo me dice que el desarrollo material llegará de manera simultánea, natural y mucho más fácil en la medida en la que el nivel educativo colectivo de la sociedad que lo busca va creciendo y va volviéndose más sólido.

Esta escuela en la Lindaja fue el resultado en gran parte de trabajo 
de la comunidad, una comunidad que tenía (y sigue teniendo) conciencia de 
la importancia de la educación.

Empeñado como estaría en la búsqueda de respuestas frente al mar de dudas por las que navegaba en esos lejanos tiempos (solo había primero y segundo de primaria en aquellos años), si pudiera retroceder el tiempo, le pediría a mi profesor que nos explicara (a mí y a mis demás compañeros de estudio) si existía algo así como un plan de desarrollo del municipio y, sobre todo, qué papel jugaban dentro del mismo él, los demás maestros de las escuelas y nosotros los menores y los jóvenes de San Gregorio. Mucho me temo que la respuesta de mi maestro sería algo así como que esas son cosas de la alcaldía en las que ellos no intervenían y, por consiguiente, la niñez y la juventud tampoco. No es de extrañar por tanto que, además de nuestro subdesarrollo, la cultura política del colombiano promedio (yo incluido) siga siendo hoy día algo tan endeble.

Me gustaría concluir diciendo que el conocimiento, al menos de una síntesis, de los planes de desarrollo (municipales, departamentales o nacional) debería ser una preocupación de las escuelas y colegios, y deberían ser también materia de análisis, así fuera muy elemental, en el ciudadano común y corriente, porque a través de dichos planes está en juego el futuro de todos. Por ello y de igual manera, la participación activa de la comunidad en su elaboración y, posteriormente, en su seguimiento, debería ser una tarea de vital importancia.

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Por Rubén Darío González Zapata 
Nacido en la vereda La Lindaja 
Corregimiento Alfonso López 
(San Gregorio) - Ciudad Bolívar 



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