Por: Laura Franco Salazar, periodista El Suroeste
“Yo creo que debe dar desconsuelo que un campesino tenga que salir al pueblo a comprar una mata de cebolla o una hoja de cilantro, pudiéndolas cultivar en su propia casa”, son las palabras de Lino de Jesús, que ha caminado ya más de veinte años entre sus tomateras, matas de frijol y pimentón.
Las manos firmes y llenas de tierra dieron vida a una huerta ya madura de 40 x 40 metros en la que Lino siembra lechuga, cilantro, pepino cohombro, pimentón y frijol. “La tierra es la vida del hombre, ahí tenemos todo el sustento, lo que pasa es que no la sabemos apreciar ni cultivar”, dice Lino, que periódicamente, cuando su huerta se llena de colores brillantes, recoge la siembra, surte su cocina y baja al pueblo a vender.
En la vereda Lourdes, de Pueblorrico, está su finca, la misma que cada ocho días acoge a 50 familias campesinas que aprenden, como él, a plantar sus propias legumbres y verduras. “A veces los campesinos no siembran porque no saben o no tienen con qué conseguir la semilla. Hay que mediar para que puedan acceder a ellas y al conocimiento”, expresa.
Este año la Umata del municipio está liderando el proyecto que pretende enseñarle a las familias técnicas de agricultura y nutrición para fomentar la soberanía alimentaria. “Los saberes ancestrales que ellos tienen se complementan con la asistencia técnica y teórica, se aprende en doble vía”, afirma el director de la Umata, Alexander López.
Lino creció entre sembrados. “Yo me levanté en la agricultura cuando niño, buena parte de lo que sé lo aprendí de mis padres”, un conocimiento que no duda en compartir con todo el que esté interesado. “Uno les enseña en cualquier momento cómo cultivar en sus casas. En las reuniones uno ve que la gente pone mucho cuidado, pregunta, mira y ve que lo que pasa es que falta más comunicación entre el gobierno y el campo, porque la motivación de la gente está”.
El tomate, que cada tres meses sobresale entre el espeso verdor, es de los más difíciles de cuidar. Hace poco la tomatera de Lino sufrió de “hielo”, como se le conoce a una de las enfermedades más comunes de la planta. “Al tomate lo persiguen mucho, hace un mes me le dio “hielo”, pero lo controlé con jabón rey, melaza y ceniza”, cuenta.
Rodeado de árboles y montañas cercanas, dice que cultivar no es algo que solo pueda darse en el campo. Pensando en las ciudades, llenas de edificios y cemento, Lino afirma que “no es difícil: en las terrazas se puede hacer una huerta, en las paredes sembrar lechuga, zanahoria, esas planticas que no son muy voluminosas”.
Sobre lo que significa tener el alimento en casa cultivado en la propia tierra, Lino opina que es cuestión de responsabilidad y tranquilidad, “por ejemplo, a veces la gente brinca alambrados buscando un diíta de trabajo porque no tienen con qué comprar una hoja de cilantro, pudiéndola tener en la casa”.
En esta huerta de 40 x 40 metros y en otras del Suroeste nace el derecho a la vida y a la dignidad humana, en conexión con el amor por la tierra y lo elemental: los alimentos.
Suroeste científico
- La tierra es la base para la agricultura, sin embargo, en Colombia solo el 20% de este elemento se emplea para el cultivo de alimentos, el 80% está destinado para la ganadería, en su mayoría extensiva.
- Un estudio realizado por Oxfam en 2017, expone que en la Tierra solo 15 millones de hectáreas son aptas para la práctica ganadera y hoy se destinan más de 34 millones. La investigación también reveló que de 22 millones de hectáreas aptas para la agricultura, solo se emplean para tal fin 8,5 millones.
- La ganadería contribuye al 15% de las emisiones de gases de efecto invernadero que modifican los fenómenos climáticos, afectando la agricultura y así, la seguridad alimentaria. Según la ONU, Colombia es el tercer país del mundo más vulnerable frente al cambio climático.
Este artículo hace parte del especial ambiental Suroeste Vivo. Amar es elemental publicado en la versión impresa del Periódico El Suroeste, edición 163 de junio de 2019.