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Por esas cosas del amor, la distancia entre la vereda Hoyo Frío y el sector El Filo, de la vereda Pueblito de los Sánchez de Amagá, se redujo, y se encontraron Rosalba y Rafael; de cuya descendencia nos levantamos a la vida nueve hijos, otros nueve deseos no florecieron porque fueron abortos o muertes prematuras.

De mi padre; agricultor y peluquero aprendí el amor por el campo, la rectitud y el empeño. Aprendí a persistir ante las situaciones difíciles más extremas, como perderlo todo en incendios que arrasaron con cultivos de caña y café, pero no con la fe y la esperanza de surgir de las cenizas y volver a cosechar.

De él aprendí el arte de ser conciliador, prudente  y buen escucha. Cuarenta y siete años de peluquero en el pueblo lo hicieron conocedor de la realidad, contador de historias y aventuras que tenían  la magia de las palabras que se repetían pero que narraban siempre alguna novedad. Cuando era necesario, él cruzaba unas historias con otras y recomponía los sucesos cambiando nombres y lugares para narrarlas a su modo a  clientes, familiares y amigos que acudían para que los orientara ante dificultades, o les diera un consejo. Él era un hombre de confiar.

De mi madre, sigo recibiendo altas dosis de  confianza, sueños de crecimiento personal y profesional que tienen el sello de su humildad. La capacidad de trabajar en equipo, la misma que demostró asumiendo labores siempre duras para ayudar no solo como ama de casa a educar la familia. Ella me impregnó de sensibilidad ante el arte; ella misma es una artista que a sus años sigue disfrutando de la creatividad inagotable de sus manualidades que la llenan de vida. Una sed insaciable de crear más allá de las limitantes de la salud. Su amor por la palabra le llegó de las cartas de novios que le escribía mi padre. Ella cuenta que algún dinero ganaba él escribiendo cartas por encargo para las muchachas que pretendían sus amigos.

Y lo que no recibí de mis padres lo obtuve de algunos de los educadores que tuve la fortuna de encontrarme en el camino: Rubiela Pérez, Francisco Orozco, Socorro Tangarife, Camilo Oquendo, Alberto Montoya,  Ramiro Galeano y Cesar Darío Guisao. El amor por el estudio y lo nuestro, la búsqueda de la verdad, el liderazgo y el compromiso con lo social fueron el legado de mis maestros.

Me correspondió ser periodista en una época de transición tecnológica en la que  las palabras circulan y viajan más rápido que  el papel de los libros, las revistas y los periódicos.

Quizás, en algunos años, no muy lejanos, los periodistas de hoy seamos vistos como especie en vía de extinción y algunos nos califiquen de personajes raros y fantásticos porque disfrutábamos escribiendo en el papel, haciendo brotar las palabras de los lapiceros y no tanto en pantallas táctiles u ordenadores de voz. Estamos haciendo esfuerzos por adaptarnos en el oficio a los cambios para seguir siendo competitivos y responder a las demandas de nuevos tiempos que cambian velozmente. Las nuevas generaciones de comunicadores y periodistas  pueden tener la certeza de que la humanidad siempre necesitará contadores de historias, magos de la palabra,  investigadores y conocedores de la realidad social; el oficio desaparecerá del planeta cuando el último hombre de nuestra especie deje de amar y soñar.

Albaro Valencia Cano

Amagá, diciembre 14 de 2013

Condecoración de la Cámara de Representantes en el recinto del Concejo Municipal de Amagá.

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