Por Lucila González de Chaves “Maestra del idioma” Lugore55@gmail.com
“No es que hayan muerto, se fueron antes”
Con amor fraterno para todos cuantos han perdido, por el duro golpe de la pandemia, a sus familiares, a sus amigos, a sus vecinos; seres muy amados que por mucho tiempo acompañaron nuestros pasos por el camino de la existencia.
La Iglesia promueve entre los cristianos el recuerdo de los difuntos porque necesitan oraciones y apoyo espiritual, que les permitan hacer más claro y fácil el camino que han emprendido hacia la felicidad eterna.
Es muy antigua esta conmemoración; ya en el segundo libro de los Macabeos está escrito:
«Mandó Juan Macabeo ofrecer sacrificios por los muertos, para que quedaran libres de sus pecados”. (2 Mac. 12, 46).
Reflexionemos un poco
Irse a la eternidad; dejar a los seres amados; ese desgarramiento del alma; los ojos sin luz, de donde desaparecieron el amor y la ternura; la inmovilidad del cuerpo; el frío indescriptible que los cobija…a todo esto lo llamamos muerte.
Pero la espiritualidad del ser humano, el anhelo de trascendencia, la fe en un Dios que nos creó, nos presenta el complemento de ese incomprensible estado:
La muerte es el comienzo de una vida de luz, de intenso amor, de paz y serenidad. Es la puerta de entrada hacia el Sacro Recinto en donde el gran Señor de la Vida nos recibe con los brazos abiertos.
La elevación de los pensamientos puros, la serenidad en el dolor, la certidumbre de que el amor y la asistencia de nuestros seres muertos no nos abandonan; todo ello nos lleva a sentir su ayuda y a percibir su presencia; a estar seguros de su mediación delante del Señor por todos nosotros. Y entonces, exclamamos con el poeta mexicano Amado Nervo, al perder a su esposa:
“No es que hayan muerto, se fueron antes…”
Copio para ustedes, dos textos incomparables y consoladores, de dos seres llenos de grandeza: el poeta mexicano Amado Nervo y San Agustín, el santo de Hipona.
Dice Nervo
“Lloras a tus muertos con un desconsuelo tal que no parece sino que tú eres eterno.
No es que hayan muerto, se fueron antes.
Tu impaciencia se agita como la loba hambrienta, ansiosa de elaborar enigmas.
¿Pues no has de morir tú un poco después y no has de saber por fuerza la clave de todos los problemas, que acaso es de una diáfana y deslumbrante sencillez?
SE FUERON ANTES… ¿A qué pretender interrogarlos con insistencia nerviosa?
Déjalos siquiera que sacudan el polvo del camino.
Déjalos siquiera que restañen en el regazo del Padre las heridas de los pies andariegos….
Déjalos siquiera que apacienten sus ojos en los verdes prados de la paz….
El tren aguarda. ¿Por qué no preparar el equipaje?
Esta sería una más práctica y eficaz tarea.
El ver a tus muertos es de tal manera cercano e inevitable, que no debes alterar las pocas horas de tu reposo.
Ellos, con un concepto cabal del tiempo, cuyas barreras traspusieron de un solo ímpetu, también te aguardarán tranquilos.
Tomaron únicamente uno de los trenes anteriores…”
(Amado Nervo. Capítulo XLIII, del libro “Plenitud”)
Dice San Agustín
“La muerte no es nada. Yo solo me he ido a la habitación de al lado.
Yo soy yo, tú eres tú.
Lo que éramos el uno para el otro, lo seguimos siendo.
Llámame por el nombre que me has llamado siempre; háblame como siempre lo has hecho.
No lo hagas con un tono diferente, de manera solemne o triste.
Sigue riéndote de lo que nos hacía reír juntos. Que se pronuncie mi nombre en casa como siempre lo ha sido, sin énfasis ninguno, sin rastro de sombra.
La vida es lo que es, lo que siempre ha sido.
El hilo no está cortado.
¿Por qué estaría yo fuera de tu mente, simplemente porque estoy fuera de tu vista?
Te espero… No estoy lejos, justo del otro lado del camino… ¿Ves? Todo va bien.
Volverás a encontrar mi corazón.
Volverás a encontrar mi ternura acentuada.
Enjuga tus lágrimas y no llores si me amas”.
(San Agustín. “Mensaje sobre la muerte”)