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Por Maria José Cano Espinosa   
Desde Jericó 

 

Entre las montañas del Suroeste antioqueño, su riqueza cultural, patrimonial, ambiental e histórica se encuentra un pueblo llamado Jericó, que me ha visto crecer y yo he visto evolucionar. Los 19 años que tengo de edad son casi los mismos años que la empresa minera sudafricana AngloGold Ashanti lleva en el municipio haciendo estudios, explorando nuestras montañas y socializando a los jericoanos el proyecto de explotación de cobre a gran escala que pretende realizarse en este territorio

He crecido en medio de una tensión social, una discusión constante sobre aceptar o no dicho proyecto; tras 14 años de estudio y recolección de datos, solo está a la espera de una licencia ambiental para empezar su construcción, operación y explotación que se fija en unos 38 años más.

Esta no es una columna más de opinión que intenta defender una postura a capa y espada, esta es una columna que intenta reflejar el contexto social en el que he crecido: una comunidad dividida que discute por un proyecto de interés nacional con posibles implicaciones graves en el medioambiente y la cultura del municipio y región. Conozco de antemano y por experiencia la forma de organización, expresión y argumentación que tienen ambos movimientos; el que está a favor y el que está en contra de la minería. Ambos, primordialmente, coinciden en algo: creen que su verdad es la única y la correcta, y que el otro está equivocado.

Sus discursos no contemplan la idea de ceder mínimamente al que consideran su enemigo, por el solo hecho de no seguir su verdad, lo que hace imposible que haya un debate con argumentos entre ambos ideales y, sobre todo, que la gente se sienta obligada a estar de un lado o del otro, aunque en muchos casos no estén representados por ninguno, o peor aún, no estén enterados sobre qué se discute. Esta dicotomía de posiciones a la que me refiero no es novedad ni exclusiva del contexto jericoano; es lo común en la mayoría de las discusiones sociales.

Estas dos caras de la moneda olvidan algo: su borde. Ambos movimientos concentran la discusión entre ellos únicamente, se ha vuelto una contra respuesta constante. En el medio, o sea en el borde de esa moneda, está la mayoría de los jericoanos como espectadores, como blanco de una tensión que nos ha acompañado durante muchos años y ya parece paisaje. 

Así como las iglesias, las casas patrimoniales, las fachadas llenas de colores y los museos, la problemática entre el SÍ y el NO también configura lo que es habitar en Jericó. Gran parte de los pobladores que no están vinculados a ninguno de estos movimientos, por su falta de identificación, por desinformación o por apatía, están cansados, y ante esta crítica situación, es necesario preguntarnos: ¿qué implicaciones puede traer a corto y largo plazo? ¿Qué será de una comunidad que no quiere discutir sobre lo que está pasando con su territorio en relación a un proyecto de minería a gran escala? ¿Qué le dirá entonces a las futuras generaciones? ¿Cuál es el papel veedor de la comunidad jericoana ante sus recursos naturales y culturales si ni siquiera se les motiva a participar? ¿Con qué fuerzas una comunidad defiende su territorio cuando está cansada de una tensión, cuando no encuentra representación, cuando opta por la indiferencia? 

No pretendo abonar a esta discusión, pretendo cuestionar y hacer eco con una crítica constructiva, pues conozco personas increíbles y con grandes capacidades en ambos movimientos. Es necesario que enfoquemos nuestra mirada hacia esos jericoanos que están en silencio y cumpliendo una función de espectadores, el momento coyuntural que vivimos no solo como municipio, sino como región, debe movernos a ver más allá e incluso cuestionar nuestras propias acciones. 

El diálogo asertivo, como herramienta transformadora en problemáticas socioambientales, debe ser nuestra bandera en este momento de tensión. Las organizaciones sociales, los medios de comunicación, las instituciones educativas, y sobre todo, las alcaldías municipales, tienen la responsabilidad y la capacidad de fomentar espacios para la palabra y el respeto entre tantas diferencias. Las dos posturas en esta problemática, y la tensión de la discusión no van a desaparecer, pero lo que sí podemos hacer es sanar las confrontaciones que tenemos entre la comunidad para que nos permita organizarnos, dialogar, debatir, y lo más importante: participar. Que este momento no siga creciendo en espectadores, sino en ciudadanos que se informan y participan para la defensa de lo que nos pertenece, pues asumir la protección de nuestro territorio, de cara al primer proyecto de minería a gran escala “bien hecho” en Colombia, requiere de todos nosotros y no de unos cuantos. 

Ilustración: Titania Mejía
Ilustradora Tamesina

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